«Todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere morir»
No recuerdo de dónde me suena la frase. Creo
que en Castellani (¿alguna novela?),
aunque tal vez sea un dicho más o menos
tradicional.
Y tal vez (pienso ahora) así, sin contexto,
no impresione como algo muy profundo;
y a alguno ni siquiera le parecerá verdad.
Pero:
La frase es sinfónica; tiene muchos
niveles, y todos relacionados (más: rigurosamente
relacionados; armonizados).
Porque «ir al cielo» es «ser feliz». Y esto
de la felicidad resuena al mismo tiempo en muchas
alturas. En esta vida y la otra, en el cuerpo y en alma
( placer, éxito, alegría, sabiduría, éxtasis, bienaventuranza; ver a Dios: ir al cielo). Es lo que queremos todos; lo único
que queremos.
Y «morir»… lo mismo, quiere decir muchas cosas, en todos
los planos. Perder; deponer las armas. Y también
-y sobre todo- morir, literalmente.
Y -digamos lo que digamos- no queremos morir.
Lo pensaba (por poner un ejemplo) al ver tanta
gente en el subte (mujeres, sobre todo, curiosamente)
leyendo falsos gurúes, buscando quién sabe
(bah… todos sabemos) qué felicidad o sabiduría,
al bajo precio de un libro. Gnosticismos tan seductores (sexo tántrico…) como fallutos.
Místicas sin ascesis.
Resurrección sin cruz. Granos de trigo que imaginan poder
germinar sin morir.
Nos pasa a todos, en realidad, al modo de cada cual.
(También el integrista católico, digamamos, por poner otro ejemplo
más espinoso… tal vez miedo a que «la Iglesia muera»;
como Pedro no quería ni escuchar que Jesús tuviera que morir. ¡Eso no!).
Naturalmente -o sobrenaturalmente-, sabemos que
toda esa ansiedad y esa repulsa, en todos sus niveles,
apuntan a lo mismo, como parábolas concéntricas.
Cuyo círculo externo, en lo que a nosotros respecta,
es «ir al cielo» y «morir», en los sentidos literales (o casi).
Y englobándolo todo, dándole sentido y justificación a todo,
la Cruz y la Resurrección.
Ayer no más, Juan Pablo II decía algo parecido.
No es casualidad, es que estamos en Cuaresma.