Mircea Eliade y el desprecio

De los libros que edita Trotta, hay pocos que me interesen. Pero los que me interesan, me interesan mucho.
Esta semana compré dos: Intuiciones precristianas de Simone Weil y Fragmentarium de Mircea Eliade. Unas palabras sobre este último, que devoré con entusiasmo en pocas horas (el link anterior contiene una recensión y semblanza, no está mal).

Es una colección de escritos sueltos, de un Eliade más juvenil que aquel que conocía de su (excelente) Diario; esos fragmentos son anteriores a la segunda guerra, o sea que el tipo tenía unos treinta años.
Más que fragmentos, a mí me parecen pequeños ensayos -periodísticos, si quieren. Muy legibles, variados y -para mí- sabrosos. Algunas apologías y rechazos de una curiosa vehemencia (a favor de Guenon, en contra de Merejkovski, por ej), acaso atribuibles a la misma juventud. Y montones de observaciones interesantísimas; varias de ellas muy relacionadas con temas tocados por acá.

Me dan ganas de citar buena parte del libro, pero trataré de no abusar. Vaya por hoy este fragmento sobre el desprecio como ascesis.
…Poder despreciar a un hombre, a una sociedad, un clima histórico; despreciar sinceramente, con serenidad, sin crispación, sin ánimo de venganza es un gesto moral que pocas veces podemos encontrar entre nuestros contemporáneos. Es un gesto olímpico. Y, sin embargo, detrás de él se oculta la aventura más terrible.

Porque lo que nos hace titubear al emprender el camino del desprecio —que es, al mismo tiempo, el camino del aislamiento, el camino más seguro hacia la soledad— es la angustia de salir de la historia, de arriesgarnos a no ser contemporáneos de las grandes transformaciones morales, sociales y políticas que nos rodean; es decir, de permanecer solos y estériles en medio de las incesantes metamorfosis humanas. Nos limitamos a conformarnos con creer que cualquier cosa que ocurra en el ámbito de la historia es significativa; que cualquier nueva forma de vida moral y social es un progreso.
Este es el origen del instinto que nos hace permanecer en la contemporaneidad y ser solidarios con los que actúan y piensan por nosotros. Éste es el origen de nuestro miedo a despreciar lo que pasa a nuestro alrededor: a despreciarlo en su totalidad, en bloque y sin reticencias.
Porque ¿qué ocurriría si ellos tuvieran razón? Ellos, es decir, los otros, muchos y estúpidos o pocos y semidoctos, hombres de despacho u hombres de la calle, hombres perfectamente contemporáneos de los acontecimientos […]

La técnica del desprecio conduce inevitablemente a la aventura. Desprecias en nombre de una tradición o de un instinto que te dice que no todo lo que pasa en la historia es significativo; que no todo lo que ocurre es necesariamente un progreso; que el mundo no siempre va hacia adelante o hacia lo mejor, sino que, a menudo, va sin ton ni son, dirigido por fuerzas oscuras, inhumanas y estériles…
[…]
La huida del mundo, el aislamiento frente a los acontecimientos, en una palabra, la distancia con respecto a las esencias caducas e infernales de la sociedad, es un camino admirable para los que no conocen al demonio de la lucha, para los que están dotados de una «estructura contemplativa».
Pero para los otros, los que no pueden vivir sin la soledad, pero tampoco sin la lucha, el desprecio es la más eficaz técnica: es lucha (porque es ascesis), pero es, al mismo tiempo, autodominio, perspectiva, espacio, «contemplación».
# | hernan | 25-febrero-2005