Yo suelo criticar el tradicionalismo católico,
pero (o: porque) sé que mi corazón tira más para ese lado.
Será tal vez por
eso que me gustó escuchar esta vez,
al recibir las cenizas,
la antigua frase: «Recuerda que eres polvo y en
polvo te convertirás», en la lugar del más
moderno y extendido «Conviérte y cree en el Evangelio».
¿Mera reacción? ¿Apego a lo arcaico? Puede haber
algo de eso.
No es que la fórmula moderna
me disguste o me parezca fuera de lugar. Pero
sí que a veces uno extraña ese lenguaje duro
de otros tiempos. Uno se cansa de tanto discurso
almibarado y consolador.
Es cosa moderna, al parecer, ese cuidado extremo
por no herir sensibilidades (en el mejor de los casos)
o ese vicio de adular al público (en el peor de los casos),
en nombre de una compasión y un respeto algo desorbitados, que en última instancia terminan
anulando toda posibilidad de hacer el bien.
Demasiada delicadeza en el ambiente,
demasiado afán de consolar, demasiado miedo al dolor (físico
o psíquico).
Me dirán que está muy bien horrorizarse ante el dolor ajeno.
Yo no estoy seguro (pienso en las madres
sobreprotectoras, en un dentista que no quisiera tocar una muela por no soportar el dolor del paciente… y en algunos confesores que uno se ha topado) . Y tampoco estoy seguro
de que esa aversión al dolor ajeno no nazca de un
miedo personal al dolor, no muy lejano a la cobardía
y a la desesperación.
En los sermones que uno suele oir,
Dios es el Padre bueno que nos quiere -y eso nos
tiene que dar ánimos. Lo cual es verdad, claro.
Pero hay verdades parciales …
Pareciera que la imagen que tienen los sacerdotes de sus fieles
es la de un conjunto de buenas personas que necesitan
sobre todo aliento y consuelo. Y acaso tengan buenos
motivos para creerlo así;
para nunca hablar de castigo, temor…
ni siquiera penitencia o sacrificio (Amy dice hoy algo sobre esto, a propósito de la cuaresma).
Y, retomando lo del principio, vemos
que hay curas que consideran un progreso
el reemplazo de la frase ritual de hoy «Recuerda que eres polvo…». Hemos pasado del temor al amor, dicen; antes
(¿antes de qué?) todo era «tétrico y oscuro» … y ahora
«La mejor penitencia, la mejor forma de redimir lo malo que hemos hecho es entregarnos con toda fe a la Buena Noticia».
Yo no puedo leer sin fastidio estas proclamas
de progreso; me suenan a falsedad y complacencia,
me recuerda demasiado a los falsos profetas.
Pero, al mismo tiempo,
no estoy seguro de que no tengan su cuota de verdad,
de que realmente no haya un cambio en la sensibilidad religiosa, un cambio que no debe ser rechazado de plano, sino en buena medida
asumido.
Con un poquito más de criticismo, eso sí.
Recuerdo, en «La última tentación de Cristo» de
Scorsese hay una
charla de Jesús con Judas, antes de su vida pública,
en la que trata de expresar sus vacilaciones, sus intuiciones
y sus sentimientos. Entre estos, predomina el de la compasión. «Me da lástima la gente», dice Jesús (cito
de memoria), «Cada persona, me da muchísima compasión.
Todo el mundo…».
Judas se esfuerza en entenderlo y le pregunta:
«Y los animales,
¿también te dan lástima? ¿Las hormigas…?». Y Jesús
responde: sí, también las hormigas.
Dejemos a un lado la cuestión de la fidelidad histórica o religiosa (ese Jesús es una ficción, de acuerdo;
no importa ahora).
La cuestión es que esa escena me quedó grabada… y no
porque me haya caído mal; más bien -y curiosamente,
dado lo antedicho- al contrario. De alguna manera
me pareció reflejar
el lado verdadero -bueno, auténtico- de esa compasión
ante el dolor ajeno. No sabría explicarlo ahora.
Pero, ya que de los distintos lados de la cuestión hablamos,
y ya que de cine nos metimos a hablar…
tenemos a mano una ilustración del otro
aspecto de la cuestión, el lado oscuro de
ese rechazo al dolor: la publicitada -y cada vez
más seductora- eutanasia.
Es conocido el caso del filántropo tan sensible
que sufría mucho al ver gente pobre; y que por lo tanto…
optaba por no verlos (acá en versión Malfalda). Yendo un poco -no mucho- más allá,
uno podría proponerse eliminarlos. «Hacer un mundo
mejor» parece significar hacer desaparecer
a los miserables, a los enfermos, a los ancianos, a los locos, a los monstruos. Por el bien
de ellos, claro…
Una forma de desesperación -y de maniqueísmo, con el Dolor
como un Mal absoluto que niega la Vida -y el Bien y la Belleza.
(También del otro lado -del lado apocalíptico, digamos- uno
puede caer en eso, se me ocurre ahora.
Distinto enfoque pero parecido pecado. Pero eso quedará
para otro día).