Estuve leyendo una pequeña biografía de Santa Isabel de
Hungría,
cuya fiesta fue la semana pasada
y de quien nada sabía.
El librito, de Fray Miglioranza,
(argentino contemporáneo) no es una obra maestra;
literariamente mediocre, muchas torpezas y
lugares comunes (repetidos a veces dentro de la misma
página), retórica
levemente exasperante por momentos
(«...ha iluminado su siglo con los más puros fulgores… «,
«..sería nuestro deseo ofrecer al disfrute
de nuestros lectores una amplia radiografía mística;
pero por amor a la brevedad…» , «… las más sublimes
elevaciones espirituales… « etc etc etc … ).
Pero claro es que tiene mucho mejor sentido común y llaneza
de expresión que aquellas espantosas hagiografías
de un siglo atrás.
Y, por sobre todo, la vida de los santos suele imponerse
a los defectos de los hagiógrafos (como la obra de
los grandes escritores se impone a los defectos
de los traductores).
Así, y con todo, logró atraparme
y —creo— hacerme algún bien.
Recuerdo una carta de Leon Bloy —más sensible que yo, por cierto, a los defectos de estilo— aconsejando a un «dirigido espiritual»,
un hombre de formación intelectual que se sentía atraído
por el catolicismo, pero también repelido por las consabidas
dificultades. Decía Bloy (cito de memoria)
«…sobre todo, lea muchas vidas de santos; atibórrese
de esos libros, cuanto más imbéciles y pueriles le parezcan, mejor.
Es el mejor consejo que puedo darle.»
No estoy seguro de que sea buen consejo, en general.
(y si no recuerdo mal, en ese caso particular no le fue muy bien).
Pero me gusta.