Literatura fantástica, poco frecuentada por mí. Raro, bien escrito, aunque con una morosidad y una extravagancia narrativa que me dejó perplejo. Montones de divagues, descripciones y episodios que no van —parece— a ningún lado. Y sin embargo, extrañamente, me llevó hasta el final (340 pag) sin exasperarme y hasta con ganas de seguir (es la primera parte de una tetralogía, al parecer). Algo debe tener, supongo. Algunos escritores te llevan por caminos obvios a destinos triviales: otros van sin rumbo, y pretenden descubrir una refinada significación en que cada desvío absurdo en el caen por su propia torpeza y vaciedad. Este no me parece el caso: el tipo maneja raro, pero da la impresión de que sabe por dónde y adónde va, y no le importa si uno no lo entiende. Voy a tratar de leer algo más de este tipo (que, de paso, y aunque casi casi no se nota: es católico).
Me prestaron este libro, que arranqué con desconfianza, seguí con gusto y terminé sin esfuerzo aunque sin entusiasmo. Digamos que es un libro que me alegro de haber leído (aunque es cierto que eso me pasa con la mayoría).
Es una pintura de un barrio mísero de Calcuta (el nombre «La ciudad de la alegría» es si dijéramos acá «Villa Insuperable»; en otra escala, claro). Protagonistas principales: un campesino hindú que vino con su familia a Calcuta, y se dedica a tirar de un rickshaw (tracción a sangre) y un cura francés que se instala voluntario entre los pobres. Pintura algo previsible, pero el material (conmovedor de por sí) está tratado con bastante buen sentido. No me llenó, sin embargo; literariamente, resulta un poco gris; falta una trama. El tratamiento del tema religioso está bastante bien: aunque es de esas cosas que a algunos molestará por demasiado católica (el héroe es un cura; aparece por ahí la Madre Teresa….) y a otros por demasiado poco católica (el cura que reza «om» y que no «convierte» a nadie; algunos rasgos «progresistas», etc). Pero yo le doy el imprimatur, nomás, aunque no llegué a tomarle confianza o cariño al autor.