Hoy se cree que cualquier alumno de la escuela primaria sabe más que Pitágoras, porque repite dócilmente que la tierra gira alrededor del sol.
Pero, en realidad, no mira ya las estrellas.
Ese sol del que se le habla en clase no tiene, para él, ninguna relación con el sol que ve.
Lo dice Simone Weil, citada en ens.
Pero, en realidad, no mira ya las estrellas.
Ese sol del que se le habla en clase no tiene, para él, ninguna relación con el sol que ve.
El texto tiene, en su profundidad, distintos niveles. Se me ocurre que en alguno de ellos, puede ser ilustrado (con alguna trivialidad tal vez) por un personaje de una novela de Unamuno; creo que en «Amor y pedagogía«.
Un cientificista ingenuo y fanático, que iba caminando un día con su hijo en una noche fría. El niño le dice «¡Papá, tengo frío!«, y el hombre le responde, con énfasis: «El frío no existe, hijo«. El chico termina entonces de convencerse de lo que estaba sospechando: que su papá era un tonto.
Naturalmente, él no sabía todo lo que la ciencia moderna (vulgarizada?) había enseñado a su padre: que el calor era una forma de energía (agitación molecular), y que en este plano (o si prefieren: en este «modelo» del universo) el frío no es algo que tenga una sustancia. Igual, es claro que era el chico el que estaba en la verdad: él realmente tenía frío, y su padre realmente era un tonto.
Y no hará falta decir (y menos después de haberlo traído para ilustrar lo de Simone Weil) que esto es una especie de parábola, y que se trata de otros fríos más crónicos y de otros cientificistas menos groseros. Pero, por las dudas…