Y bien… una hora después me encontraba yo en una librería, buscando libros de computación (ese fue el motivo, según me juró mi mente conciente…) y se me ocurrió fijarme si por una de esas casualidades ….
Y sí, estaba en catálogo, pero agotado. Lo encontré en seguida en otra librería a un par de cuadras.
Y así, llegada la hora de almorzar, traté de recordar cuál era el restaurant que demoraba más en traer la comida, y me senté a disfrutar.
El material, por supuesto, es de primera. La selección es adecuada. Las traducciones tienen algunos lunares.
Pero el prólogo, de Stephen Fry (famoso y culto actor, que hizo el papel de Jeeves en una miniserie reciente) es estupendo.
De la página final:
Pienso que debería concluir con una nota personal. Lo he escrito ya antes y no me avergüenza escribirlo de nuevo. Sin Wodehouse, dudo que yo fuera hoy la décima parte de lo que soy…, sea esto cuanto sea.
En los años de mi adolescencia, los escritos de P. G. Wodehouse me descubrieron las posibilidades del lenguaje. Sus ritmos, sus tropos, sus trucos y manierismos arraigaron profundamente en mí.
Pero, por encima de eso, me enseñó acerca de la bondad. Es suficiente ser compasivo, ser educado, ser divertido, ser bondadoso.
Él se burlaba de sí mismo a veces porque sabía que una gran proporción de sus lectores eran internos de cárceles y hospitales.
A riesgo de parecer sentencioso, ¿no es verdad que todos nosotros somos, durante gran parte de nuestras vidas, enfermos o presos, que todos estamos necesitados de este notable espíritu sanador, de este bálsamo para las heridas de nuestras mentes?
Aparte de que no sabía que tuviera muchos lectores presos o enfermos (y es lindo saberlo), lo último me recuerda esta notable comparación
que encontré ayer mismo en Internet (y que S. Fry y yo suscribiríamos…) acá:
En los años de mi adolescencia, los escritos de P. G. Wodehouse me descubrieron las posibilidades del lenguaje. Sus ritmos, sus tropos, sus trucos y manierismos arraigaron profundamente en mí.
Pero, por encima de eso, me enseñó acerca de la bondad. Es suficiente ser compasivo, ser educado, ser divertido, ser bondadoso.
Él se burlaba de sí mismo a veces porque sabía que una gran proporción de sus lectores eran internos de cárceles y hospitales.
A riesgo de parecer sentencioso, ¿no es verdad que todos nosotros somos, durante gran parte de nuestras vidas, enfermos o presos, que todos estamos necesitados de este notable espíritu sanador, de este bálsamo para las heridas de nuestras mentes?
Se ha escrito que Mozart reanima a los neurasténicos y a los depresivos. Podría decirse lo mismo de Wodehouse.
De sus narraciones sale uno restaurado, viendo el mundo con mejores ojos…
Y una más (por ahora!) del prólogo de Stephen Fry, en la misma línea.
Comentando la absoluta ausencia en Wodehouse del elemento sórdido: evocando ese ambiente preadolescente, irreal, sin sexo, sin miseria sin violencias morales o físicas, ni todas esas cosas que tanto atraen a tantos
modernos lectores/críticos/analistas:
De sus narraciones sale uno restaurado, viendo el mundo con mejores ojos…
… todo parecería ciertamente infantil, superficial
y frívolo, si no fuera por el extraordinario, mágico y bendito milagro de la prosa de Wodehouse: una prosa que disipa las dudas como el sol disipa las sombras; una prosa que convierte cualquier crítica, ya sea positiva o negativa, en algo absolutamente irrelevante y francamente tonto.
Esa prosa vindica una palabra que se emplea a menudo a la hora de hablar sobre Wodehouse: «inocencia». El propio Wodehouse, como ya he mencionado antes, fue un ser inocente; pero —y eso es más importante todavía— los mundos de ficción que creó eran inocentes también.
Evelyn Waugh los comparó al Edén antes de la caída, y esa misma descripción -como un mundo idílico anterior al pecado original- aparece una y otra vez en los comentarios y artículos acerca de su obra.
La inocencia, la verdadera inocencia adulta, es una cosa tan poco frecuente que a menudo la calificamos de «bendita» y la atribuimos sólo a los santos. Habitar en un mundo de ficción donde reina la verdadera inocencia es, a mi entender, la singular cualidad que comunica la experiencia de leer a Wodehouse. En él se nos presenta todo hecho con tan aparente facilidad y fluidez, que uno tiene tendencia a olvidar la excepcional maestría artística y el duro trabajo que conlleva.
Esa prosa vindica una palabra que se emplea a menudo a la hora de hablar sobre Wodehouse: «inocencia». El propio Wodehouse, como ya he mencionado antes, fue un ser inocente; pero —y eso es más importante todavía— los mundos de ficción que creó eran inocentes también.
Evelyn Waugh los comparó al Edén antes de la caída, y esa misma descripción -como un mundo idílico anterior al pecado original- aparece una y otra vez en los comentarios y artículos acerca de su obra.
La inocencia, la verdadera inocencia adulta, es una cosa tan poco frecuente que a menudo la calificamos de «bendita» y la atribuimos sólo a los santos. Habitar en un mundo de ficción donde reina la verdadera inocencia es, a mi entender, la singular cualidad que comunica la experiencia de leer a Wodehouse. En él se nos presenta todo hecho con tan aparente facilidad y fluidez, que uno tiene tendencia a olvidar la excepcional maestría artística y el duro trabajo que conlleva.