Hago cuentas y descubro con algo de asombro
que aquel 1 de julio en que murió Perón
yo tenía siete años. Algo de asombro porque
recuerdo bastante bien el momento
—y yo tengo poca memoria de mi infancia—,
me recuerdo en el colegio, un compañero (y me acuerdo cuál!) comentando a la señorita
al mediodía sobre el rumor de que Perón no salía de ésta;
y pocas horas después, la noticia, y a casa antes de hora.
No recuerdo mucho más, en verdad.
De padre peronista, y madre más bien anti; yo, ni una
cosa ni la otra. Hoy, razones aparte —no importan
mucho las razones acá— veo que mis simpatías
reflejas son más bien a favor; veo que el tipo
me cae bien, nomás, qué vamos a hacerle.
Para mí, es la cara más argentina que hay,
si me disculpan la arbitrariedad -o la blasfemia.
Supongo que, de haber vivido hace medio siglo, hubiera sido anti.
Pero ya que acá cae algún que otro extranjero, y ya
que hay tantos argentinos allá en el norte, dando
lecciones de historia al resto del mundo
y despachando el capítulo
«peronismo» con la frase «Perón era nazi«…
demos al menos testimonio de que acá hay un argentino
-que no sabe nada de historia (ni de Marx, Freud o Foucalt)-
pero que quiso recordar con afecto al muerto. Que no intentará defender
al tipo —porque no puede, pero sobre todo
porque no hace la más mínima falta—.
Y ya que estamos (y aunque después
de esto nadie va crea que uno no es peronista)
rematemos como se debe:
Viva Perón, carajo!