Me sugiere un amigo un aspecto que no había pensado…
eso de las jerarquías invertidas puede tener
algún efecto colateral auspicioso.
Es como cuando uno tiene un compañero de
trabajo inútil e insoportable: uno puede verse
libre de él no sólo porque en la empresa decidieron
echarlo; también -y a veces es más probable-
porque decidieron ascenderlo.
Así, más de un feligrés, se ha visto liberado de algún cura liturgicamente desesperante… gracias a un incomprensible
(pero, en este caso y en algún sentido, bienvenido ) ascenso.
Pero no era esta la intención de mi amigo, sino más bien
precaverme contra el hábito de la crítica y la maledicencia;
especialmente peligroso cuando puede interferir con
la devoción religiosa. Y me cita
a C. S. Lewis.
Por supuesto. Siempre tengo en cuenta ese peligro,
y más de una vez lo he dicho. Pero… una cosa es una cosa,
y otra cosa es otra cosa.
Claro que existe ese riesgo; y también está la objeción
que otro lector me hacía llegar hace poco: no criticar la
Iglesia en un ámbito público, los trapos sucios lavarlos en casa,
etc (aunque esto es otro tema). Pero … ni tan peludo ni tan pelado.
Ni obsesionarse con la cuestión (al estilo de algunos
tradicionalistas amargos) ni taparse los ojos ni la boca:
cuando alguno dice o hace una estupidez (desde el Papa para abajo), decirlo sencillamente, sin atenuar nuestro fastidio
pero sin dar importancia a nuestro fastidio; aunque sea para que quede dicho, nomás, y podamos ocuparnos de otros temas más importantes. Digo yo, no sé.