— Qué creas en Dios, vaya y pase. Pero
¿también creés en el diablo ?
— Cómo no. Si me apurás, te diría que es más fácil creer en el diablo que creer en Dios.
Esto —o algo parecido— contesté a un amigo agnóstico,
hace muchos años. — Cómo no. Si me apurás, te diría que es más fácil creer en el diablo que creer en Dios.
Y un personaje de Castellani (o de Chesterton?) opinaba igual.
Hoy, no.
No podría decir que creo más (o que me resulta más fácil creer) en el diablo que en Dios. Para nada.
No es que la afirmación no tenga su costado verdadero («Dios es, pero no parece. El diablo parece, pero no es«, decía Simone Weil… y recordaba lo que Satanás dijo a Cristo: «el poder y la gloria de estos reinos a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero» Lc 4.6). Es cierto también que los modernos estamos demasiado inclinados a ignorar al diablo. «El diablo parece» (es decir, es patente) dice Simone, sí; pero no en tanto diablo, sino en su poder (de otro modo, no sería el seductor que es).
Pero igual yo estoy contento por esa «evolución» mía.
Espero no engañarme.