Espacios sagrados

Anduve leyendo estos días algunas cosas sueltas del «Tratado de Historia de las Religiones» de Mircea Eliade. Sobre los «espacios sagrados«:
«Todos los sagrarios están consagrados por una teofanía», … pero esta observación no debe considerarse como limitativa, debe extendérsela a las habitaciones de los ermitaños o de los santos y en general a toda habitación humana.
«Según la leyenda, el morabito que fundó El-Hemej a fines del siglo XVI se detuvo para pasar la noche cerca del manantial y plantó una estaca en el suelo. A la mañana siguiente, al querer volver a tomarla para proseguir su camino, encontró que había arraigado y que le habían salido retoños. Vio en ella el indicio de la voluntad de Dios y fijó su domicilio en aquel lugar.»

Cuando leí esto me vino a la cabeza otro ejemplo similar, muy a mano: el milagro de la Virgen de Luján. Que además, casualmente, ocurrió más o menos en la misma época (principios de silgo XVII).

Más de Eliade:
Lévy-Brühl puso felizmente de manifiesto la estructura hierofánica de los espacios sagrados: «Entre estos indígenas la localización sagrada no se presenta nunca aisladamente al espíritu. Forma siempre parte de un complejo en el que entran con él las especies vegetales o animales que abundan allí en ciertas estaciones, los héroes míticos que vivieron, erraron, crearon allí y que a menudo se han incorporado al suelo, las ceremonias que se celebran allí periódicamente y finalmente de las emociones suscitadas por ese conjunto.» La necesidad que sienten los australianos de salvar el contacto con los espacios hierofánicos es de esencia religiosa; no es otra cosa que la necesidad de permanecer en comunicación directa con un «centro» productor de sacralidad. Por eso esos centros se dejan difícilmente despojar de sus prestigios y pasan, a la manera de una herencia, de una población a otra, de una religión a otra. Las rocas, los manantiales, las grutas, los bosques venerados en el transcurso de la protohistoria siguen siendo considerados, bajo formas variables, como sagrados por las poblaciones cristianas de hoy.
Un observador superficial se expone a confundir con una «superstición» este aspecto de la religiosidad popular y a ver en él la prueba de que toda la vida religiosa colectiva está constituida en buena parte por una herencia de la prehistoria. En realidad, la continuidad de los lugares sagrados demuestra la autonomía de las hierofanías; lo sagrado se manifiesta según las leyes de su dialéctica propia y esta manifestación se impone al hombre desde fuera.
Suponer que la «elección» de los lugares sagrados queda abandonada al hombre mismo es al mismo tiempo hacer inexplicable la continuidad de los espacios sagrados. De hecho, el lugar nunca es «escogido» por el hombre; es simplemente «descubierto» por él ; dicho de otra manera, el espacio sagrado se revela a él bajo una especie u otra. La «revelación» no se produce necesariamente por intermedio de formas hierofánicas directas (este espacio, este manantial, este árbol, etc.); se obtiene a veces por medio de una técnica tradicional nacida de un sistema cosmológico y fundada en él. […]los santuarios no son los únicos que exigen la consagración de un espacio. La construcción de una casa implica también una transfiguración análoga del espacio profano. Pero en todos los casos, el lugar es indicado regularmente por alguna cosa diferente, ya sea una hierofanía fulgurante, o los principios cosmológicos que fundan la orientación de la geomancia, o también, bajo su forma más simple, por un «signo» cargado de una hierofanía, la mayoría de las veces un animal. […]

A su vez, los lugares en los que han vivido los santos, o donde han rezado o han sido enterrados, quedan santificados y, por ese motivo, separados del espacio profano limítrofe por una cerca o por una barda de piedras. Hemos encontrado ya los mismos montones de piedras en el lugar donde un hombre había perecido de muerte violenta (rayo, mordedura de serpiente, etc.), ya que la «muerte violenta» tiene entonces valor de kratofanía o de hierofanía.
# | hernan | 26-junio-2004