El primero de todos

— Es como estar enamorada… Te sientes feliz de sólo pensar en él, y de saber que él está pensando en ti…

De Milyang (o Miryang , o «Secret Sunshine«), una película coreana. Por su mitad, la protagonista tiene una conversión fulminante al cristianismo, tras haber perdido a su hijo en un secuestro seguido de asesinato. Con aquella frase intenta explicar a las amigar sus nuevos sentimientos, en el cenit del fervor religioso; un fervor que tensará hasta la ruptura, después, en un experimento fallido y devastador… Lo que sigue, su ‘des-conversión’, el enamoramiento que se troca en rencor, quedó menos logrado, a mi ver… y contrariamente a lo que yo habría esperado.
No estoy seguro de que sea buena película, pero me dan curiosidad las historias de conversiones, incluso —quizás especialmente— si la devoción viene en un registro (evangélico-carismático) tan ajeno a mi sensibilidad y mi experiencia. Y la actriz impresiona.

Pero ahora no se trata de cine.

Se trata del primer mandamiento, nomás.

Mandato que, es de creer, vendría a responder —parcialmente, si quieren— una de esas preguntas últimas : «¿qué tengo que hacer?» (casi igual a «¿qué quiere Dios de mí?» y no lejos de la otra: «¿para qué vivo?»).
¿O no o es así?

Porque… está bien: fuera catarismos; no despreciaremos ningún intento de ser buen cristiano, por imperfecto o impuro que parezca. Adelante. Hagamos, si quieren, otro nuevo blog católico; pongamos muchos links a páginas edificantes y ortodoxas; citemos textos de los padres de la iglesia; colguemos estampas devotas; vayamos a esa manifestación contra el aborto; escribamos una carta al diario para quejarnos (ay, cómo sufrimos los católicos!); indignémonos y denunciemos la mala liturgia; metámonos en foros para llevar luz a los ignorantes, refutemos, ataquemos y defendamos, discutamos y sopesemos pros y contras del Concilio y el Novus Ordo y el latín y las guitarras y el ecumenismo y el tradicionalismo y la modernidad y los medios y este papa y aquel papa y esos obispos y el FSSPX y el Opus y la TL y los progres y los teólogos heréticos y los católicos mistongos que como mucho van a misa pero no escuchan las enseñanzas del magisterio y se saltean tal y cual mandamiento y …

Momento. Todo esto no estará mal, pero ¿es eso lo que tenemos que hacer? Si tanto celo ponemos en señalar el ser cristiano, y ya que de cumplir mandamientos hablamos, ¿no convendría, cada tanto, ver cómo cumplimos el primero?

«… amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» Qué quieren que les diga… no parece que lo cumplamos mucho… ni siquiera que invirtamos mucha fuerza en ese sentido, ni que nos preocupe mucho no cumplirlo. Tal vez es que soy miope, y que el amor a Dios no es muy visible en el prójimo, porque interviene un pudor que lo esconde a ojos de terceros. Tal vez. Pero —aparte de otras objeciones— cuando no se trata del prójimo, cuando se trata de uno mismo, ahí la presunción de inocencia es ya mucho más difícil de sostener. No imposible, no imposible (el abogado defensor que llevamos dentro puede hacer maravillas) pero difícil.

Me propuse, entonces, ponele que como propósito de año nuevo (los años empiezan en Pascua para mí)… trabajar eso, perdón … ponerme las pilas, perdón, perdón, cómo lo digo… ehm… me propuse ver si puedo entender mejor esto del primer mandamiento, y —sobre todo— cumplirlo un poco mejor. A poner un poco más la mente y las fuerzas en ello.

La frase de la película la traje, entonces, como pie para el tema de este post; y algún otro que seguirá. Porque toca un aspecto del asunto. Amar no es lo mismo que enamorarse, de acuerdo; y ya tratamos y trataremos de los peligros del sentimentalismo y de confundir el amor con un estado emocional. Pero, siquiera como momento del amor, el estar enamorado es un momento privilegiado y muy significativo. Cualquiera, creo, puede entender lo que dice la convertida, y empatizar con ella. Cualquier persona sabe o presiente con bastante claridad la plenitud de ese momento, y la embriaguez de tener todos los pensamientos (corazón, mente, alma y fuerzas) en el amado. Cualquier cristiano, creo, debe sentir una punzada de envidia al imaginarlo.

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