16 mayo 1940 – ¿Qué irá a salir de esta guerra feroz? ¿Una nueva Europa? ¿Una nueva humanidad acrisolada, con más bondad, cristiana? ¿O una humanidad dura, mezquina y reaccionaria poseída por el odio como pasión, en lugar del amor?
30 marzo 1946 – El martes estuvo con nosotros Carlos Lohlé. Vino directamente desde Buenos Aires en avión… ha echado raíces en aquel país extraño donde los cristianos son tibios e indiferentes, donde los sacerdotes no se desviven por llevar a las almas a Dios…
15 de agosto 1946 – Fiesta en el cielo. En oposición diametral con lo que ocurre aquí abajo: el innoble proceso contra Petain en París, la cuestion real en Bélgica. Por todas partes se siembra discordia… Capitulación de Japón… No hemos llegado aún al fondo del abismo. Acaso esto ocurra por efecto de la «bomba atómica», llamada a «renovar la faz de la tierra». No tenemos necesidad ya del Espíritu Santo. Por otra parte, la Santísima Trinidad ha quedado sustituida por «los Tres Grandes». Hace poco oí por la radio a un ministro de Bulgaria decir «Yo creo en los tres».
2 nov 1949 – Leo a Cristina un libro admirable de un judío, Albert Frank-Duquesne, sobre «El cosmos y la gloria». ¡Un volcán! Pero vale la pena. Es una mezcla de poesía cósmica, de teología oriental y occidental.
31 de mayo 1950 – Cada noche leo a Cristina -después de haber rezado juntos- fragmentos de las cartas de santa Teresita del Niño Jesús. Hay algunas cartas espléndidas. Otras dictadas por un espíritu burgués que no hay más que pedir, estilo de sillón de peluche. Pero las cartas que dirige a sus hermanas sobre el amor son de una gran profundidad e inmediatez, sencillez y buen juicio; un juicio vivo y vivido que le hace a uno ver en seguida.
15 junio 1950 – Se vuelven a celebrar congresos sin tregua, se habla a más y mejor, se murmura, se pronuncian bellos discursos. Se abordan todos lo problemas en una forma abstrusa: teológica, filosófica, dialéctica, existencial. Como dice Thomas Mann: «La invasión de los bárbaros va precedida siempre por la invasión de los retóricos»
11 octubre 1950 – He estado en La Haya para ver la exposición del libro francés. Historia estupefaciente sobre el envío de los libros de Balzac por parte de la embajada de Francia: el Nuncio ha advertido a Martien que, en su condición de librero católico, no puede exponer obras de Balzac, cuyo nombre figura en el Índice; caso contrario será expulsado del gremio de libreros católicos. ¡Un hecho típicamente holandés! Martien estaba trastornado.
22 junio 1952 – ¿Cuál es la causa de la apostasía actual? Los sacerdotes, los cristianos, no son seres humanos. Viven en el mundo de la erudición, de los conceptos abstractos, la dogmática, al moral, la liturgia, la filosofía, la teología… Hablan de lo que despierta su interés; no escuchan a la gente; no conocen a la gente ni la vida. Con la mejor voluntad y las mejores intenciones del mundo, hablan por encima de las cabezas de la gente. Todo muy bello, muy erudito y muy cierto. Pero yo soy un hombre que me debato en la zozobra. Toda esa palabrería excelsa no me sirve; la admiro, pero por dentro me siento inquieto, atormentado por toda clase de sufrimientos. Lo que yo quiero es hablar con un ser humano que me escuche, y que no me conteste con lugares comunes clericales, devotos. Cada cristiano debe ser el punto crucial de todo el dolor humano; tiene que vivirlo realmente, como si fuera suyo propio, y jamás debe mostrarse negligente en prolongar -y en cierto sentido completar- la obra redentora de Cristo.–
Algo por el estilo pasa aquí; tenemos el gobierno del Frente Popular con la mayoría compuesta de socialistas y radicales, y el apoyo tácito de los comunistas. Con grandes aspavientos se han practicado investigaciones para averiguar cuál es la situación en las empresas en lo que respecta a sueldos y salarios, para revisar y mejorar el estado de cosas -algo en verdad necesario y que respondía a la más elemental exigencia de justica; y han salido a publicidad hechos, costumbres y situaciones aceptadas que son sobrecogedoras, que demuestran que nuestra sociedad es un inmenso sepulcro blanqueado, todo un cementerio de sepulcros blanqueados. A todo el mundo le parece normal este caos, en que las prácticas inmorales se consideran naturales. Se dice: es la dura realidad de la vida. Sin embargo, para la inmensa mayoría de la tranquila burguesía, la revelación de estas iniquidades es una conmoción efímera; es leen las noticias en los diarios, los cuales deforman los hechos, según su color político, con fines propagandísticos o de venta. No se me escapa que toda esa miseria ocurre fuera del radio visual de las gentes honradas, y por lo visto al margen de su atención, en un mundo con el que nada tienen que ver. Pero lo que me desconcierta es que los buenos católicos de entre nuestros amigos nada supieran de la existencia de todo esto en nuestro mundo civilizado, que pretende rendir culto a los principios cristianos.
A mí me consterna que los cristianos, salvo excepciones, se comporten como si tal estado de cosas abominable no les afectara en absoluto, como si los daños que causan las iniquidades nada tuvieran que ver con ellos… Me pregunto qué significado, qué valor puede tener para semejantes cristianos la religión, qué significan y qué valen su fe, sus oraciones, su devoción, sus limosnas, si no se dan cuenta de que la miseria, el dolor, la angustia de un semejante les atañe personalmente; de que un día, en la gran hora de su encuentro con Dios cara a cara, se les podrá pedir cuenta de ello. Es pecado de negligencia mantenerse al margen del dolor humano, es criminal no sentirse inquieto ante las injusticias que se ceban en los hombres, haciéndolos sufrir como animales martirizados y reducidos a la desesperación. Cuando los cristianos no cumplen su deber, estalla el infierno del odio y se instala el imperio del crimen, como está ocurriendo en España, donde sigue ardiendo la guerra civil.