Por alguna razón que no alcanzo a explicarme, la visión de otra persona dormida cuando yo estoy despierto me pone furioso. Me resulta intolerable ser testigo del desperdicio de las preciosas horas de la vida de un hombre, esos momentos inapreciables que nunca recuperará, dedicados al sueño embrutecedor.
Y allí estaba George, dilapidando con vergonzosa pereza el don inestimable del tiempo; su valiosa vida malgastada; innumerables segundos de los que tendría que dar cuenta en su momento, inutilizados. Cuando podría estar atiborrándose con huevos y tocino, molestando con sus caricias al perro, prodigando piropos a la criada, estaba en cambio allí tumbado, hundido en un sopor que entumecía el alma.
Era un pensamiento terrible. Y al parecer Harris sintió lo mismo. Nos dispusimos a salvarlo, y nuestra noble propósito nos hizo olvidar nuestras rencillas. Entonces, nos lanzamos sobre él, y le arrancamos las sábanas, y Harris lo golpeó con una zapatilla, y yo le grité con la boca pegada a su oreja, y George se despertó.
–¿Qué-qué-qué pasa…? –exclamó, incorporándose.
–¡Levántate, pedazo de alcornoque! –rugió Harris–. Son las diez menos cuarto.
–¿Cómo? –chilló, levantándose y tropezando con la palangana–. ¿Quién diablos ha puesto eso ahí?
Le dijimos que hacía falta ser tonto para no haberla visto…
Y así es la cosa, nomás. Difícil, sí; pero … que la dificultad teórica no nos pese más de lo indispensable. Digo, tampoco es cuestión de que la preocupación por no caernos de uno u otro lado nos ahogue con la angustia del escrupuloso. Hacer fuerza por no caer, sí; pero que el miedo a caer no nos haga perder la alegría de andar.
En cierto sentido, me parece, esas caídas bien pueden ser tomadas con humor.
¿En qué sentido?
Digamos… en el mismo sentido en que, simétricamente, podemos tomarnos con una pizca de humor, suave ironía y amable desconfianza, nuestros impulsos virtuosos. Conviene entrever, de tanto en tanto, que nuestro celo y nuestro dolor por las caídas ajenas no tienen mucha mejor calidad (y mérito) que la furia del personaje de Jerome; y entreverlo con la misma sonrisa y la misma indulgencia.