Después de la revolución los destinatarios originarios del mote ralearon, naturalmente; pero tampoco era cuestión de dejar morir palabras que pudieran servir para enfervorizar la militancia y el odio.
Así «después de 1917, por extensión empezaron a llamar kulak (en la literatura oficial y propagandística, y de aquí pasó al lenguaje popular) al que se valía del trabajo ajeno, aun cuando fuera por falta temporal de manos en la familia.» (cf. también Lenin) .
La palabra tuvo éxito, y su uso (siempre para fustigar) fue ampliándose: «en 1930 daban ese nombre a todos los campesinos fuertes, en general: fuertes por su economía, su trabajo y hasta sus convicciones. El mote de kulak fue utilizado para machacar en el campesino esa fuerza» (Solyenitzin comenta también los fines directos e inmediatos de esta puesta en uso, fines de dominio, apropiación y destierro; pero eso no nos concierne). Pocos años despúes, se comprobó que el término, aunque útil, era insuficiente:
Había que limpiar también la aldea de aquellos campesinos a quienes no les daba la gana ingresar en el koljos, los que se mostraban reacios a aquella vida colectiva que jamás habían
visto y que sospechaban (ahora sabemos con cuánto fundamento) que quedaría sometida a la admistración de los vagos, y en la que se debería trabajar mucho y comer poco. Y también había que deshacerse de los campesinos (algunos, de ricos no tenían nada) que por su audacia, su
fuerza física, su decisión, su franqueza de expresión en las asambleas
de vecinos, su amor a la justicia, eran queridos por el pueblo, y que por su independencia se hacían peligrosos a la admistración del koljos.
Además, en cada aldea, había gente a la que tenían ojeriza personal los activistas locales; por celos, por envidia, por agravios, era la ocasión de ajustarles las cuentas.
Para todas estas víctimas se requería una palabra nueva: esta nació. Ya sin ningún contenido socio-económico, pero con un sonido estupendo: podkulachnik (secuaz del kulak, «akukakado»). O sea, cómplice del enemigo. Con eso bastaba. Al bracero más harapiento de lo podía incluir entre los podkulachnik…
Y en una nota al pie (conmigo las notas al pie funcionan al revés de lo que se supone; se me aparecen destacadas, y suelen quedarme fijadas en la memoria… como en este caso) Solyenitzin —nacido en 1918— recuerda que en los tiempos de su adolescencia esa palabra les parecía totalmente lógica, cargada de significado: completamente clara.
Además, en cada aldea, había gente a la que tenían ojeriza personal los activistas locales; por celos, por envidia, por agravios, era la ocasión de ajustarles las cuentas.
Para todas estas víctimas se requería una palabra nueva: esta nació. Ya sin ningún contenido socio-económico, pero con un sonido estupendo: podkulachnik (secuaz del kulak, «akukakado»). O sea, cómplice del enemigo. Con eso bastaba. Al bracero más harapiento de lo podía incluir entre los podkulachnik…