—¡Oh, cómo me gustaría seguir viviendo! Cada minuto,
cada instante debe ser una alegría para el hombre… Sí, así tendría que ser. El deber del hombre consiste en hacer que sea así. Es la ley del hombre, ley oculta pero real. ¡Cómo me gustaría ver a Petrushka…! Y a todos… ¡Y a Chatoff!…
El pensamiento de que existe algo infinitamente más justo,
infinitamente más felix que yo, basta para llename de inmensa
ternura y gloria, más allá de lo que yo sea y lo que yo haga.
Mucho más que la propia dicha, el hombre necesita saber y creer siempre que existe en alguna parte una dicha absoluta y una paz para todos y para todo. Toda la ley de la existencia humana radica en poder
inclinarse ante lo infinitamente grande. Si se priva a los hombres de
esa grandeza infinita, rechazarán la vida y buscarán morir en la desesperación. Lo infinito, lo absoluto, también es indispensable para el hombre, tanto como el pequeño planeta en que vive…
Sobre ardientes y helados, Juan me trae un párrafo de Benedicto XVI, de «Jesús de Nazaret»:
Cabe imaginar […] cuánta purificación necesitó, por ejemplo, el ardor de los zelotes para uniformarse finalmente al «celo» de Jesús, del cual nos habla el Evangelio de Juan (Cf. 2, 17): su celo se consuma en la cruz.
Lógico, el ardor necesita ser purificado (y aun crucificado) para merecer el nombre de «celo»; y ni hablar cuando ese celo se pretende analogar al del Cristo echando a los mercaderes del templo.
Marina y Elena, cada cual por su lado, ven en lo de «la otra mejilla» un complemento a lo de los «ardientes y helados». No había sido la intención, conciente al menos (citas anotadas al compás de lecturas azarosas, diría); pero sí, algo -bastante- de eso hay.
A Laura, por su parte, lo de la otra mejilla le recuerda lo de San Pablo de «acumular carbones encendidos sobre su cabeza» (*) … Creo entrever la relación, aunque no estoy seguro de entenderlo (versículo oscuro e inquietante si los hay), lo pensaremos.
Y en relación con aquello de Francia de hace un siglo, Eduardo me recuerda las abundantes fulminaciones de Bloy (francés, de esa época) contra el burgués; lo cual, es verdad, toma otro color cuando se sabe del «espíritu de renta, dotes, contratos y testamentos» de aquel entonces, y de lo que estaba atrás.