… el fanatismo de los ideólogos
se expande entre las multitudes, por la violencia abierta,
o bien por la propaganda, que constituye otra especie de violencia.
El fanático tiene siempre algo de apóstol, tiene necesidad
de crear fanáticos. Se da entonces una curiosa
mezcla, donde se confunde la ebullición pasional
con la frialdad de la idea. Víctor Hugo dice: «El fanático
es ardiente, lo cual no le impide ser frío; y es sincero, lo cual
no le impide ser de mala fe.»
Este fanatismo tiene siempre un fundamento en lo real; pero deforma, mutila ese núcleo de realidad, en función de la ideología que lo inspira. Falsifica las energías y las pasiones que provienen de lo real, para transformarlas en abstracciones; y las abstracciones son verdaderos monstruos sin entrañas: tienen hambre pero no tienen estómago.
De Gustave Thibon, en la conferencia citada antes. Este fanatismo tiene siempre un fundamento en lo real; pero deforma, mutila ese núcleo de realidad, en función de la ideología que lo inspira. Falsifica las energías y las pasiones que provienen de lo real, para transformarlas en abstracciones; y las abstracciones son verdaderos monstruos sin entrañas: tienen hambre pero no tienen estómago.
Yo leo este texto en sintonía con el autor, apuntando a donde él seguramente apuntaba.
Pero también lo leo (quizás forzándolo) en su aplicación al fariseísmo. El fariseo de los evangelios, el que disputa con Jesús; y el contemporáneo.
Al fin y al cabo ¿no se aplica a él, también y sobre todo, el dicho de Víctor Hugo? Ardiente, pero helado; sincero en su celo, pero de mala fe… Y ¿qué conversión resulta más difícil de imaginar?