…los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido»
(Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre…
No parece nada especialmente original, y seguramente no lo es, pero la verdad es que yo nunca lo había oído ni pensado.En mi experiencia, es mucho más frecuente usar este episodio para cargar las tintas sobre la volubilidad humana en sentido inverso. «Fíjense uds. lo que son los hombres… el domingo pasado lo habían recibido en Jerusalén con honores, cantos y palmas… y hoy piden su crucifixión». Es casi un tópico. Que rechazan algunos (Castellani), aduciendo que no hay por qué suponer que los unos y los otros, los que lo aplaudieron el domingo y los que lo condenaron el viernes, fueran los mismos.
Claro que lo mismo puede objetarse a lo de Ratzinger. No veo por qué haya necesidad de suponer que, de los que pidieron la muerte de Jesús, algunos (y menos aun «muchos») formarían parte del auditorio conmovido por el discurso de Pedro en Pentecostés. (Creo que la frase —«este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»— bien podría tomarse como una imputación colectiva: vosotros, los judíos, los habitantes de Jerusalén). Pero tampoco veo que pueda negarse la posibilidad.
Y, sobre todo, me parece especialmente útil, me parece que da algunas luces nuevas y alentadoras (para mí al menos), pensarlo así; y tenerlo siempre presente, al asistir a un Ecce Homo; en un Via Crucis, por ejemplo.