Entre los comentarios más bien simpatizantes (y desde la zona atacada; que el resto casi no cuenta), uno decía que «Hace falta una cierta inocencia para vivir la tradición. Si esos usos, costumbres, ritos se vuelven parte de un Tradicionalismo, son cosas que utilizamos, no que vivimos.» Y otro —bastante a mi derecha— dictaminaba, con un guiño, que yo también en verdad soy «un tradicionalista, un poco tocado«.
Algo debe haber, de las dos cosas. Y diría que, ya que en eso no puedo ser inocente, no me queda otra…
Del lado irreductible, no esperaba sintonía ni comprensión; hice bien.
Igual me asombra un poco, el tenor de algunas reacciones… tan poco tradicionalistas, tan modernas (en el peor sentido de la palabra) y tan carnales. Hay mecanismos, seguramente estudiados y catalogados (imagino!), de reacciones automáticas ante una imputación que se percibe como un ataque a las posiciones propias; reacciones que arrancan con una pasión (la mezcla de odio y miedo ante lo que amenaza destruir un objeto de nuestro amor o apego) y que segregan (según el caso) una respuesta interior o exterior, física, racional o espiritual. Y uno de los reflejos más frecuentes, parece, es la respuesta armada a puro lugar común, de esos que pueden aplicarse para casos y partidos de todo color y pelambre. Creo que esas lamentables habilidades, necesarias para forjar una respuesta vacía y pronta que nos haga sentir sobre tierra firme, las adquirimos en la adolescencia, tomándolas del entorno. No llegan siquiera al rango de falacias, la inteligencia no puede aplicarse a ellos ni siquiera para refutarlas.
El recurso del «Ehhh pará, no generalices; no metas en la misma bolsa; no son (somos) todos así; hay de todo; etc», es uno de los más exitosos. Sirve para reducir a la insignificancia toda imputación (más: toda caracterización) aplicada a un grupo. Naturalmente, se objeta la existencia del género nuestro, no el ajeno. Si yo digo algo de (contra) los progresistas, siempre saltará uno objetando contra mi injusta (y aun caluminiosa) generalización; y al día siguiente ese mismo objetor dirá que los tradicionalistas esto y los fascistas aquello. Viceversa, los tradicionalistas que se quejan de mis generalizaciones no tienen la menor incomodidad intelectual al momento de discurrir sobre comunistas o progresistas. Doblemente curioso en el caso de estos últimos, que uno podría esperar más dispuestos a hablar de géneros o de esencias, y más prevenidos contra un nominalismo positivista que sospecha de metafísico (o difuso) una referencia a un género o concepto universal, y exige reducir todo predicado a un individuo o colección de individuos («no podés decir que el tradicionalismo católico argentino tiene tal o cual vicio; lo legítimo sería decir que tales o cuales tradicionalistas lo tienen; no podés hablar de un espiritu,etc»).
Disculpen, pero esto sólo sirve para retórica de debate de mesa redonda, o alegato de mal abogado; si de pensar se trata, con esto no vamos a ningún lado. Ya sé que los individuos de un género no son idénticos, ya sé que los géneros pueden dividirse. Lo mismo vale para la izquierda; o para cualquiera de sus subgéneros. Imagino que si se me ocurriera decir algo sobre, no ya el comunismo, sino el ideario comunista maoísta neo-freudiano de los diez parroquianos del ateneo «Marx vive» del barrio de Villa Lugano, alguien (uno de los diez) podría objetarme con pareja justicia: «Eh, no metas en la misma bolsa, no generalices!».
Naturalmente, si no hubiera generalizaciones legítimas, no podríamos razonar.
Claro que hay una generalización ilegítima: es la de universalizar, la de adjudicar a todos o casi todos los individuos de un grupo algunas características observadas en algunos de ellos. No hay nada de esto en lo que dije (ni en la inmensa mayoría de los casos donde se emplea ese lugar común).
Resisto la tentación de armarme un catálogo de veinte generalizaciones que suelen esgrimir estos tradicionalistas sin ningún problema; podríamos empezar por sus revistas o blogs, seguir por los papas de su devoción (Pío X y los modernistas…) y terminar con San Pablo, o aun el mismo Cristo («Los fariseos ensanchan sus filacterias…»; «Ehhh no generalices, no todos son así; calumniador!»). Pero no resisto una cita, algo lateral, de «El príncipe idiota», de Dostoyevsky (2/4/7 ; uno de mis capítulos preferidos de uno de mis libros preferidos de uno de mis escritores preferidos). El príncipe idiota (idiota en el sentido médico de la palabra, solamente) asiste a una reunión íntima de alta sociedad, con unos cuantos personajes huecos pero bien entrenados socialmente. Enterado el príncipe de la conversión de un benefactor suyo al catolicismo, y horrorizado por la noticia, se lanza a una diatriba larga y feroz (y que probablemente refleje en buena parte el pensamiento de Dostoyevsky) contra Roma. El catolicismo no es una religión cristiana, dice, es peor que el ateísmo; predica al Anticristo, el socialismo es su hijo… En cuanto hace una pausa, el viejo interlocutor trata de enfriar la cosa…
—Exagera usted mucho… —dijo Iván Petróvich lentamente, algo aburrido y hasta como un poco
avergonzado—, en esa Iglesia hay representantes
dignos de todo respeto… y virtuosos…
—Nunca he dicho nada contra los representantes individuales de la Iglesia. He hablado del catolicismo romano en su esencia, hablo de Roma…
Siempre me pareció una gansada la intervención del viejo, y siempre lo imaginé al príncipe algo
fastidiado por ese lugar común, ese automatismo y esa falta voluntaria de comprensión.—Nunca he dicho nada contra los representantes individuales de la Iglesia. He hablado del catolicismo romano en su esencia, hablo de Roma…
Me dirán que no es lo mismo, que yo… Pero por mí, no se gasten. Esto no es una defensa; en todo caso, y si quieren meterlo en esas categorías, sería un ataque.
Menciono, para terminar, otro exitoso lugar común de esa retórica de contraataques mecanizados. La apelación activista:
-«X hace mal».
-«Ah, es fácil criticar a los que hacen algo. Yo quisiera saber si esos críticos se toman al menos el trabajo de X para intentar etc etc «
Sirve para refutar automáticamente (basta con el modesto esfuerzo intelectual de reemplazar X por el nombre en cuestión) toda crítica dirigida a una acción; es decir, casi cualquier crítica. Yo, en particular, me declaro por anticipado vencido ante semejante contraataque. Conste acá que me declaro más perezoso, menos esforzado y activo, que casi todos los hombres de acción que han cometido las mayores canalladas e imbecilidades en los últimos siglos, sean ellos presidentes, militares, militantes o periodistas. Y sí, me es más fácil criticarlos en un blog que -digamos- salir a poner bombas contra militares fascistas o distribuir a la salida de misa folletos de alerta contra los mensajes subliminales en el rock escuchado al revés. Incluso esquivando los lugares comunes, es bastante más fácil.