Paula, (en inglés), bióloga estudiando en Alemania, finalmente se ha decidido a entrar en la Iglesia Católica.
Entre los varios que se alegran y le dan la bienvenida,
(por cierto: nos alegramos y le damos la bienvenida)
uno le advierte que esta familia, como todas, incluye su lote de tíos chiflados, y tías…, como pronto podrá comprobar
Claro está.
Y claro está que esto no debería ser motivo de sorpresa ni de escándalo; ni ocasión de vergüenza (ante los de afuera)
ni de división (ante los de adentro);
ni de desaliento ni de indiscretos afanes purificadores.
Más bien debería ser ocasión de ejercitar la paciencia y la caridad —y aun el humor, si a mano viene.
Y también la humildad: recordar siempre que la familia es más grande (en todo sentido) que nosotros, y que somos recién llegados, y siempre lo seremos.
Claro está.
Lo que no está tan claro para mí es si esta metáfora
alcanza a proporcionarnos una orientación general,
si es a su luz que debemos aclarar algunas
perplejidades … familiares.
Por poner algunos ejemplos: cuando
vemos —o creemos— que el tío chiflado es tomado en serio por miembros valiosos de la familia; cuando el tío chiflado se toma él mismo en serio, cuando cree en su vocación de prócer o de mártir, y arrastra en esta creencia —y en esta chifladura— a otros parientes. Cuando el tío chiflado pretende dirigir y copar la vida familiar, y en su frenesí «no deja hablar» a los parientes más discretos … ni deja espacio para el silencio. Cuando el tío ahuyenta a nuestras novias o a nuestros amigos, a fuerza de torpezas y maltratos —deliberados o no. Cuando el tío chiflado se manda una trastada (ética… o no) tras otra (con perdón del trabalenguas) y la familia cierra filas en el silencio (hacia afuera y hacia adentro), con la idea de que «denunciarlo» (en sentido «policial» o no) es faltar a la caridad, ensuciar la imagen de la familia y dar pábulo a los enemigos.
Como tampoco me queda claro si la metáfora Iglesia=familia
no tendrá sus bemoles (más allá de las inevitables e inofensivas rengueras de toda comparación), si no deberíamos limitarnos a usarla sólo en su aspecto «interior» (la riqueza que nos aporta, lo positivo que tiene, incluso en sus incomodidades y fastidios),
y no «exterior». No me queda claro si, al pensar a la Iglesia en términos de «pertenencias» y «espacios -humanos- ocupados», no deberíamos incluir -en diversos grados y potencialidades- a todos los hombres (noción que, bien lo veo, puede ser atacada por demasiado inclusivista y -simultaneamente- demasiado exclusivista). Y si, en tal caso, no habrá un peligro en imaginar a la Iglesia… católica… como una familia que limita con otras familias, con una política de relaciones exteriores, y etc.
Un par de salvedades para terminar.
1. Alguno pensará que mis «No me queda claro si…» son mero artificio retórico, y en cada caso tengo una posición tomada. No es así. Es verdad literal que no me queda claro.
2. Alguno dirá que, tan peligroso como resolver mal esas perplejidades, resulta ponerlas en primer plano. Es decir, que los problemas que nos puedan traer los tíos chiflados deberían ser algo de importancia secundaria en nuestra vida familiar. Por supuesto, diré yo; de hecho, gracias a Dios, así es.