Suposiciones e ingenuidades

Luciano, lector ateo, a propósito de aquella cuestión sobre la fe según Jesús, comenta:
..parece tan fácil de explicar si imaginamos que buena parte de los Evangelios es una obra de propaganda escrita por los discípulos de Jesús para convencer al vulgo de que su maestro es el verdadero Mesías…
Me refiero a que, a lo mejor, esos versículos que citás no fueron escritos por los apóstoles pensando en que habrían de ser analizados por eruditos teólogos durante los siglos por venir, si no más bien que tenían que servir para convertir a sus conciudadanos de a pie, aquellos a los que hacía falta hablarles de curaciones milagrosas y repetirles una y otra vez «cree en fulano y te salvarás» para unirlos a la causa.
Visto en perspectiva, no parece tan cuestionable: el cristianismo acababa de nacer y si no se emprendía una política «agresiva» (fea palabra) de divulgación de la nueva fe, a lo mejor se acababa ahí mismo también.
¿Que hay otras partes de los Evangelios que son mucho más profundas? No lo dudo (es más, lo sé), pero una cosa no quita la otra.
Entiendo que a un cristiano le gustaría que la Biblia fuese un compendio de pensamientos tan sutiles y elevados que pareciera evidente que es Dios mismo quien los enuncia. Pero, ¿no se puede aceptar la posibilidad de que partes de ella tuvieran una utilidad más práctica e inmediata, a saber, en este caso, el de evitar que esta nueva secta del judaísmo que era en esos días el cristianismo, se extinguiera irremediablemente?
Distingamos.
Por un lado, es obvio que si partimos de supuestos diferentes, razonaremos diferente y llegaremos a conclusiones diferentes. Preguntar por qué Jesús dijo lo que dijo (o por qué los evangelios dicen que dijo lo que dijo) es un cosa si presuponemos que Jesús y la Biblia son lo que los cristianos creemos que son; si no, es otra cosa. Y es claro que, en este caso, mi pregunta suponía la creencia cristiana. Desde la posición escéptica, en sus diversas vertientes, el problema planteado es casi inexistente: no hay por qué buscar una consistencia de fondo donde no la hay, donde sólo se trata de motivaciones humanas (en los evangelistas, o en Jesús); preguntemos al psicologo, al antropólogo, al historiador, y listo.
Bien. Pero, una vez levantada la pared que delimita los ambientes, no la hagamos más alta de lo necesaria, y no tapiemos las ventanas.

Está bien que cada uno presuponga lo que le parezca razonable presuponer; pero que nadie se apure, por ejemplo, en presuponer la ingenuidad del otro.

Por ejemplo: un escéptico bien puede creerse en un nivel superior al decir que el criterio psicológico-sociológico (la «motivación humana» del que escribió el evangelio) es lo más importante, y que toda hermenéutica debe arrancar por ahí; y probablemente presuponga que los cristianos evitan dirigir la mirada a estos -demasiado humanos- factores, puesto que ellos -ingenuamente- creen que la Biblia en verdad no está escrita por hombres, sino que está dictada por el mismo Dios.
Pero esta misma presuposición del escéptico puede ser ingenua, miren ustedes (y, sí, tambien mi suposición sobre la ingenuidad del escéptico puede a su vez ser ingenua; así son las cosas).
Porque, por un lado, y según creo, la Iglesia nunca ha enseñado que el carácter inspirado de las Escrituras deba pensarse en esos términos de «dictado» (tal vez algunas confesiones protestantes, o algunos cabalistas…), nunca ha negado el factor humano de la persona que pone por escrito los textos (y las imperfecciones que esto conlleva, evidentes por otra parte). La inspiración divina opera en otros niveles; la Escritura no es la «palabra de Dios» en el mismo sentido que los escritos que nos han llegado de Aristóteles son la palabra de Aristóteles; ni aplicando un factor de escala con todos los ceros que quieran.

Por otro lado, hay que decir que la pregunta sobre «cuál fue la intención -didáctica/evangelizadora- del autor» ocupa un lugar importante en la exégesis cristiana actual, y la Iglesia lo reconoce explícitamente. Para algunos, este énfasis sobre la «intención del autor» se ha desorbitado algo (y yo, que no sé nada de estas cuestiones, me animo a simpatizar con ese reparo).
Además, hay que tener en cuenta que nuestro contexto cultural también nos puede hace caer en ingenuidades y provincianismos insospechados: así, la imagen actual que tenemos del escritor (incluso, del escritor de un blog) proablemente nos estorba a la hora de entender en qué consiste «poner por escrito» un evangelio. [Hablo por boca de ganso acá, aún más que de costumbre]. La literatura de siglo I estaba regida por normas distintas, la trasmisión oral era lo primordial -y por consiguiente los recursos orales mnemónicos: las formas rítmicas, repeticiones, aliteraciones, estructuras de frases, etc-. En la puesta por escrito, pues, la iniciativa personal, la inventiva y la libertad del escritor era muy restringida: selección y disposición del material y no mucho más. La exigencia fundamental era la fidelidad (a lo trasmitido, al menos; viene después la cuestión de cuán fiel es esa trasmisión a los hechos originales).
Por eso, el moderno escéptico que imagina a San Mateo pensando … «A ver, qué podemos poner ahora, para convencer a la gente de que Jesús era un capo… a ver, pongamos que curó a un ciego, y después le dijo que…. «… tal vez, ese moderno escéptico sea más ingenuo de lo que cree. Y, curiosamente, tal vez esté hermanado en esa ingenuidad con otros modernos exégetas cristianos que también pretenden adivinar las motivaciones de Mateo, aunque sea en sentido distinto.

Finalmente, no es que descarte las motivaciones humanas «interesadas» (propaganda, vamos) en la narración de los hechos, sea de parte de individuos aislados o de comunidades. De hecho, esta intención es bien rastreable en los evangelios apócrifos de sectas gnósticas, dicen. Pero la verdad es que, aun suspendiendo mis presuposiciones cristianas, no me resulta fácil imaginar esas motivaciones en la redacción de los evangelios (sinópticos, sobre todo). Acaso falta de imaginación, diferencias de mentalidad… Yendo al caso de las curaciones, no veo la conexión; su relato a lo sumo podría servir para convencer sobre el poder de Jesús, pero su relación con la fe «salvadora» (en qué nivel?) me queda demasiado oscura para servir como factor de propaganda. Sin contar con montones de rasgos que, así considerados, parecen contraproducentes; sobre todo el grito de Jesús en la cruz «Dios mío, por qué me has abandonado?»… no puedo concebir un publicista que dejara pasar algo tan comprometedor; por sofisticado que fuera, considerando que uno se dirige «al vulgo» y considerando que -en esta hipótesis- el evangelista-publicista se toma las libertades que quiera para poner y sacar… que no sacara eso me resulta -en esa hipótesis- incomprensible. Lo cual no refuta la hipótesis, ya lo sé. Es sólo mi impresión.

Una cosa más: empezamos poniendo la condición de cristiano (o de escéptico) como suposición previa a la lectura de los evangelios. Pero, naturalmente, cabe plantearse el problema del huevo y la gallina: ¿uno es cristiano porque confía en los evangelios, o uno confía en los evangelios porque es cristiano ? Hay una realimentación mutua, claro está. Tratamos de entender el sentido de tal pasaje del evangelio, de tal dicho o acto de Jesús, queremos que Dios nos hable por ese medio; tratamos de hacerlo porque creemos en Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, creemos porque en cierta medida ya nos ha hablado por ese medio. Imaginemos un cristiano que dijera «Yo no entiendo nada de los evangelios, todo lo que dice Jesús a primera vista me parece ilógico e irrelevante -en el mejor de los casos, mediocre-, pero, como soy cristiano, creo en la Biblia, y sé que eso debo atribuirlo a mi ceguera, algún día espero entender»… Sería absurdo, a mi ver, porque si uno es cristiano, debe creer en Cristo; y si cree en Cristo, debe tener motivos (no digamos razones) para creer. Y, si no me equivoco, los motivos se resumen en percibir la Buena Noticia (entrevista en las distintas facetas que nos trasmiten los evangelios) como la Verdad.
Que es lo queríamos demostrar… o algo así.
# | hernan | 21-abril-2006