Dios vivo

Esto que sigue vendría a cuento de (y lo empecé a pensar en relación con) aquello de que «creer en Dios» no debería ser pensado así nomás como sinónimo de «creer en la existencia de Dios», como hacen tantos ateos y creyentes. Pero también podría verse en la línea de aquella crítica esbozada a la expresión «búsqueda de Dios»; expresión que -decíamos- puede ser engañosa, porque lo que suele buscarse no es Dios sino una imaginación, porque Dios no se busca, y porque es Dios quien busca. Naturalmente, los dos equívocos (si es que son tales) vienen conectados: el Dios como un ente meramente existente, es -más o menos- el mismo Dios que se plantea como objeto meramente hallable.
Y lo que puede tener de inauténtico esta búsqueda, creo yo, se ve bastante claro al considerar que Dios es un Dios vivo.

C. S. Lewis trae al respecto una ilustración muy simple pero fuerte: esa reacción elemental que el hombre experimenta -instinto de supervivencia, seguramente- cuando de repente advierte la presencia de algo vivo donde creía que sólo había materia inerte. Uno busca algo en un desván, a tientas; palpa lo que supone una bolsa o un almohadón… y de pronto se mueve (ups! está vivo!). Estamos descansando en un lugar solitario, y creemos oir un ruido que denota la presencia cercana de algo (algo vivo, algo que quizás ya sabe que estamos acá)… Visceralmente, antes de poder detenerse a pensar «qué es», antes de que la razón pueda hacer hipótesis sobre su naturaleza y su peligrosidad, el hombre se sobresalta, se siente amenazado y se pone en guardia.

En primera instancia, nos asusta toparnos con algo vivo. Bueno, me dirán… si es una planta, no. Y si es una vaquita de San Antonio… poco o nada . Algo más si es un animal más importante. Y si es un hombre, más. ¿Y si es un ángel? ¿Y si es Dios? … ¿Es creíble que uno puede «buscar a Dios» sin miedo a encontrarlo, como si descubrirlo nos fuera a dejar tan satisfechos y tranquilos como resolver un crucigrama?

Decía Pieper citando la frase de Lewis:
… si el hombre es por naturaleza un ser de fronteras abiertas y si Dios es un ser personal capaz de hablar, será propio de la situación fundamental del hombre natural el que Dios pueda dirigirse a él y hablarle. Pero esto, realizado de verdad, es una idea que choca a ese hombre natural. No deja de ser tremendo, dice en una ocasión C. S. Lewis en su libro sobre el milagro, dar con algo vivo allí donde creíamos estar completamente solos. ¡Caramba, exclamamos, ahí hay algo vivo!

«Un Dios impersonal: está bien. Un Dios subjetivo de lo verdadero, lo bello y lo bueno, adentro de nuestra cabeza: mejor aún. Una informe fuerza vital que se expresa a través nuestro, un poder del que nos alimentamos: eso es lo mejor de todo. Pero Dios mismo, Dios vivo, tirando del otro extremo del cordel, que quizás se acerca a nosotros a infinita velocidad; el cazador, el rey, el esposo… eso ya es otra cosa.
Llega el momento en que los niños que estaban jugando a los ladrones se detienen asustados: ¿hay alguien de verdad subiendo la escalera? Llega el momento en que hombres que han estado experimentando con la religión («la búsqueda de Dios!»), de repente se vuelven atrás: ¿y si lo hubiéramos encontrado? ¡No pretendíamos llegar tan lejos!. O, lo que es peor: ¿y si él nos hubiera encontrado?
Ahí hay una especie de Rubicón. Alguno lo pasa; otro, no. Pero si se pasa, ya no hay garantía alguna frente al milagro.»

Hasta aquí C. S. Lewis. No tengo sino añadir una consideración: si Dios es verdaderamente entendido como un «quién» y no como un «qué», esto es, como alguien que puede hablar, ya no hay «garantía» alguna frente a la revelación. Pero la única respuesta sensata del hombre a la revelación es fe.
Quedarían varias cosas por notar, sólo las punteo:
  • La fe como respuesta a la revelación. Nótese que no se trata de creer en la existencia de Dios.
  • ¿Hay relación entre ese susto visceral ante lo muy vivo, y el concepto de «lo numinoso»? Es muy probable. Pero…
  • … pero todo esto de ningún modo implica que sólo es «creyente» aquel que experimenta o ha experimentado ese susto; es de suponer que Dios tendrá su manera (o sus mil maneras) de hablar a cada hombre.
  • # | hernan | 8-febrero-2006