Los vencidos (los musulmanes) convivían con los vencedores (cruzados, francos en su mayoría), con un curiosa y en cierta manera reconfortante mezcla de odios elementales y amistad sincera. Y, desde ya, se trataba de gentes que no estaban muy dispuestas a hacer de su religión un aspecto lateral o negociable:
De entre los francos que habitan en sus territorios [en Tierra Santa],
los recién llegados se muestran mucho más inhumanos que sus predecesores,
afincados entre nosotros y familiarizados con
los musulmanes.
Nos da una muestra de la maldad de los francos (¡a quienes Alá maldiga!) lo que sucedió cuando fui a Jerusalén.
Entré a la mezquita Al-Aksa. Al lado había una pequeña mezquita que los francos transformaron en iglesia.
Cuando entré en la mezquita Al-Aksa, ocupada por los templarios, mis amigos, me señalaron la pequeña mezquita para que hiciera mis oraciones. Entré y glorifiqué a Alá.
Estaba entregado a mi oración cuando un franco se arrojó sobre mí, me aferró y volviéndome la cara hacie el oriente, me dijo: «Así se reza!». Un grupo de templarios se precipitó sobre él, se apoderaron de su persona y lo arrojaron fuera. Volví a rezar.
Aquel hombre, burlando la vigilancia de los templarios, se arrojó nuevamente sobre mí y volvió mi cara hacie el oriente, repitiéndome: «Así se reza!». Los templarios volvieron a precipitarse sobre el y lo expulsaron.
Después me pidieron disculpas y me dijeron: «Es un extranjero que llegó hace pocos días del país de los francos. Nunca ha visto a nadie que no rezara mirando hacia el oriente«.
Respondí: «He rezado bastante por hoy».
Salí, asombrado de ver cómo aquel diablo tenía el rostro alterado, cómo temblaba y qué impresión le produjo el ver a alguien rezando en dirección de la kibla [La Meca].
De «Las cruzadas», de Regine Pernoud, un librito
muy interesante, hilvanado con escritos de cronistas de la época, que estoy leyendo estos días.
Nos da una muestra de la maldad de los francos (¡a quienes Alá maldiga!) lo que sucedió cuando fui a Jerusalén.
Entré a la mezquita Al-Aksa. Al lado había una pequeña mezquita que los francos transformaron en iglesia.
Cuando entré en la mezquita Al-Aksa, ocupada por los templarios, mis amigos, me señalaron la pequeña mezquita para que hiciera mis oraciones. Entré y glorifiqué a Alá.
Estaba entregado a mi oración cuando un franco se arrojó sobre mí, me aferró y volviéndome la cara hacie el oriente, me dijo: «Así se reza!». Un grupo de templarios se precipitó sobre él, se apoderaron de su persona y lo arrojaron fuera. Volví a rezar.
Aquel hombre, burlando la vigilancia de los templarios, se arrojó nuevamente sobre mí y volvió mi cara hacie el oriente, repitiéndome: «Así se reza!». Los templarios volvieron a precipitarse sobre el y lo expulsaron.
Después me pidieron disculpas y me dijeron: «Es un extranjero que llegó hace pocos días del país de los francos. Nunca ha visto a nadie que no rezara mirando hacia el oriente«.
Respondí: «He rezado bastante por hoy».
Salí, asombrado de ver cómo aquel diablo tenía el rostro alterado, cómo temblaba y qué impresión le produjo el ver a alguien rezando en dirección de la kibla [La Meca].