… Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel,estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros.
…
Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?
Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.
Un detalle que hasta hace poco no había tenido en cuenta:
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Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?
Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.
Pablo bien podría haber objetado a Jesús esa (repetida) acusación: «[yo soy el que] tú persigues» : yo no te persigo a vos, diríamos tal vez en su lugar, persigo a tus partidarios… a esos cristianos. Pareciera, sin embargo, que a los ojos de Jesús -y a los nuevos ojos de Pablo- una cosa es inseparable de la otra. (Y seguramente es un eco de aquello de «quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza«, Lc 10:16).
Podemos entonces decir: perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo. Y nos quedamos contentos.
¿Podemos? ¿No hace falta distinguir entre perseguir a los cristianos en masa, perseguir a ciertos cristianos, a ciertos eclesiásticos, perseguir a la Iglesia en cuanto institución, etc ? Me parece que, para lo que nos ocupa, no hace falta distinguir. Claro que esto no implica que un cristiano sea intocable y que si yo le pego una trompada a un cristiano le estoy pegando a Cristo; claro que no se trata de eso. Pero sí que atacar a un cristiano en tanto cristiano, a la Iglesia en tanto novia de Cristo, etc… eso sí es atacar a Cristo.
Con esto último, casi todo moderno enemigo del cristianismo pretenderá excusarse: «Bueno… a mí Iglesia me revienta porque [insertar aquí alguna justificación histórica-política-cultural-psicológica-sociológica], pero no porque tenga nada contra Jesús». Pero el ejemplo del mismo Pablo desmiente todas (bueno… casi todas) esas coartadas; ataque mejor intencionado que el del celoso judío Saulo será difícil de encontrar por estos lugares y en estos tiempos…
Dos cosas más.
Uno: Nos complace (a nosotros, cristianos) saber esto: que cuando «nos» persiguen, cuando atacan a «nuestra» Iglesia, Jesús juzga que lo están atacando a él. Peligrosa complacencia. Mejor será, digo yo, que no pretendamos saber cuáles golpes de nuestros enemigos pegan a Jesús; eso no es cosa nuestra. Peligrosa -tal vez blasfema- insolencia sería, la de creer que al defender a la Iglesia estamos «defendiendo a Jesús«. [*]. (Sin contar con que una cosa es compartir los golpes recibidos, y otra compartir la inocencia).
Dos: Otra objeción que podría haber puesto Pablo:
«¿Que yo te persigo? Yo no quería ni esperaba encontrarte. Más bien parece que vos me estabas persiguiendo a mí!». Objeción un poco chusca, pero que también tiene su verdad y su miga.
Y dejémoslo acá, porque esto está demasiado largo y no quisiera terminarlo citando a Cortázar (ups!)
[* A propósito de esto: algún día tengo que tratar de explicar(me) por qué esa expresión de «Los derechos de Dios» me cae tan -pero tan– mal]