Mala suerte; se hará lo que se pueda.
¿Mala suerte? Mejor será no quejarse.
Seguramente «no tener tiempo» es en muchos casos menos una desgracia que una culpa. (¿En cuáles casos? Bueno, casi con seguridad si uno es soltero… por ejemplo).
Nuestra común ceguera para ver cada hora de la vida (esta hora, sobre todo) como el don que Dios nos hace para que le devolvamos (¿cómo? no necesariamente estudiando ni rezando ; cualquier cosa que sea ocasión para alabar a Dios en su creación; acaso caminar por una plaza, o hablar con un amigo; pero, ciertamente, no leer noticias en la web ni jugar ajedrez en Yahoo… y probablemente, tampoco para lo que este mundo llama «trabajo»).
Leon Bloy se entristecía al oir a un hombre prometer dedicarse a la lectura y a la formación intelectual-espiritual … después de jubilarse. Sí, pero el mismo Bloy se lamentaba de haber malgastado en sueños vanos (no obstante religiosos) su vida:
«No hice lo que Dios quería de mí, esto es muy cierto. Más bien, he soñado lo que yo quería de Dios ; y heme aquí, a los sesenta años, no teniendo en mis manos más que papel»
Y aun sabiéndolo, y constándome que no sé aprovechar mi tiempo libre (tiempo libre?) fantaseo (vanas fantasías, me dice Simone) con tomarme algún «año sabático» alguna vez.
Entonces, se me ocurre ahora, al fin de cuentas puede resultar que este sea el mejor momento para cargarme con este fardo del blog (que, sí, es un placer; pero también una carga, y bien pesada a veces) justo cuando ando con poco tiempo. Puede ser esta obligación que me impongo una especie de mecanismo de defensa, contra un mundo que me quiere comprar el alma (la vida, el tiempo) a cambio de chucherías tentadoras (y a cambio de la embriaguez).
Que, si esto del blog es una vanidad, hay vanidades peores. Y, por el mismo criterio antedicho, acaso no sea tan mala manera de invertir el tiempo (o mejor: de devolverlo); no tan bueno como rezar, pero casi tanto como caminar por una plaza o hablar con un amigo.
Ojalá.