Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera.
Esperé solo este lance
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera.
Esperé solo este lance
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Es hoy la fiesta de San Juan de la Cruz (español, siglo XVI).
Máximo doctor de la mística cristiana; enorme poeta, de yapa (o no).
Uno de mis santos más queridos y admirados. Querido con un cariño distinto al de -por ejemplo- su amiga Santa Teresa. El tipo era una mezcla rara de severidad y dulzura (el máximo de amor -y de sabiduría- con el mínimo de sentimentalismo), y parece que la misma (expansiva y cordial) Teresa se sentía algo intimidada ante él. Tampoco era indulgente con las monjas que confesaba, pero ellas al final se quedaban prendadas de su amor puro, fuerte y sin mezcla.
Para muestra, algunas cartas.
Las carmelitas de Beas, le habían escrito, añorando a su perdido confesor y quejándose -mujeres al fin- de que las tenía olvidadas. Y Juan las reprende:
Málaga, 18 noviembre 1586
Jesús sea en sus almas, hijas mías.
¿Piensan que, aunque me ven tan mudo, que las pierdo de vista y dejo andar echando de ver cómo con gran facilidad pueden ser santas, y con mucho deleite y amparo seguro andar en deleite del amado Esposo? Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba, y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser tomada en las manos de los serafines, y con reverencia y aprecio la pongan el la cabeza de su Señor.
Y no sólo con las monjas…
Se conservan un par de cartas a doña Juana de Pedraza, una de sus dirigidas espirituales (laica). Esta carta, en la cual él responde a la consabida queja
con enojo henchido de afecto («no me faltaba más sino olvidarla»), combinando
con toda naturalidad la severidad y el consuelo,
es merecidamente famosa:
Jesús sea en sus almas, hijas mías.
¿Piensan que, aunque me ven tan mudo, que las pierdo de vista y dejo andar echando de ver cómo con gran facilidad pueden ser santas, y con mucho deleite y amparo seguro andar en deleite del amado Esposo? Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba, y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser tomada en las manos de los serafines, y con reverencia y aprecio la pongan el la cabeza de su Señor.
Jesús sea en su alma y gracias a él que me la ha dado para que, como ella dice, no me olvide de los pobres y no como a la sombra, como ella dice, que harto me hace rabiar pensar si, como lo dice, lo cree; harto malo sería a cabo de tantas muestras, aun cuando menos lo merecía. No me faltaba ahora más sino olvidarla; mira cómo puede ser lo que está en el alma, como ella está.
Como ella anda en esas tinieblas y vacíos de pobreza espiritual, piensa que todos le faltan, y todo; mas no es maravilla, pues en eso también le parece le falta Dios.
Mas no le hace falta nada, ni tiene ninguna necesidad de tratar nada, ni tiene qué, ni lo sabe ni lo hallará, que todo es sospecha sin causa. Quien no quiere otra cosa sino a Dios, no anda en tinieblas, aunque más oscuro y pobre se vea; y quien no anda en presunciones ni gustos propios, ni de Dios ni de las criaturas, ni hace su voluntad propia en eso ni esotro, no tiene en qué tropezar ni qué tratar.
Buena va, déjese y huélguese. ¿Quién es ella para tener cuidado de sí? ¡Buena se pararía!
Nunca mejor estuvo que ahora, porque nunca estuvo tan humilde ni tan sujeta, ni teniéndose en tan poco, y a todas cosas las cosas del mundo; ni se conocía por tan mala, ni a Dios por tan bueno, ni servía a Dios tan pura y desinteresadamente como ahora, ni se va tras las imperfecciones de su voluntad y enterez, como quizá solía.
¿Qué quiere? ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? ¿Qué piensa que es servir a Dios, sino no hacer males, guardando sus mandamientos, y andar en sus cosas como pudiéremos? Como esto haya, ¿qué necesidad hay de otras aprehensiones ni otras luces ni jugos de acá o de allá, en que ordinariamente nunca faltan tropiezos y peligros al alma, que con sus entenderes y apetitos se engaña y se embelesa y sus mismas potencias la hacen errar. Y así es gran merced de Dios cuando las oscurece, y empobrece al alma de manera que no pueda errar con ellas; y como no se yerre, ¿qué hay que acertar sino ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia, y sólo vivir en fe oscura y verdadera, y esperanza cierta y caridad entera, y esperar allá nuestros bienes, viviendo acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperándolo allá todo?
Alégrese y fíese de Dios, que muestras le tiene dadas que puede muy bien, y aún lo debe hacer; y si no, no será mucho que se enoje viéndola andar tan boba, llevándola él por donde más la conviene, y habiéndola puesto en puesto tan seguro.
No quiera nada sino ese modo, y allane el alma, que buena está, y comulgue como suele. El confesar, cuando hubiere cosa clara. Y no tiene que tratar.
Cuando tuviere algo, a mí me lo escribirá, y escríbame presto, y más veces, que por vía de doña Ana podrá, cuando no pudiere por las monjas.
Algo malo he estado; ya estoy bueno; mas fray Juan Evangelista está malo. Encomiéndele a Dios y a mí, hija mía en el Señor.
De Segovia y octubre 12 de 1589.
Fray Juan de la Cruz
Como ella anda en esas tinieblas y vacíos de pobreza espiritual, piensa que todos le faltan, y todo; mas no es maravilla, pues en eso también le parece le falta Dios.
Mas no le hace falta nada, ni tiene ninguna necesidad de tratar nada, ni tiene qué, ni lo sabe ni lo hallará, que todo es sospecha sin causa. Quien no quiere otra cosa sino a Dios, no anda en tinieblas, aunque más oscuro y pobre se vea; y quien no anda en presunciones ni gustos propios, ni de Dios ni de las criaturas, ni hace su voluntad propia en eso ni esotro, no tiene en qué tropezar ni qué tratar.
Buena va, déjese y huélguese. ¿Quién es ella para tener cuidado de sí? ¡Buena se pararía!
Nunca mejor estuvo que ahora, porque nunca estuvo tan humilde ni tan sujeta, ni teniéndose en tan poco, y a todas cosas las cosas del mundo; ni se conocía por tan mala, ni a Dios por tan bueno, ni servía a Dios tan pura y desinteresadamente como ahora, ni se va tras las imperfecciones de su voluntad y enterez, como quizá solía.
¿Qué quiere? ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? ¿Qué piensa que es servir a Dios, sino no hacer males, guardando sus mandamientos, y andar en sus cosas como pudiéremos? Como esto haya, ¿qué necesidad hay de otras aprehensiones ni otras luces ni jugos de acá o de allá, en que ordinariamente nunca faltan tropiezos y peligros al alma, que con sus entenderes y apetitos se engaña y se embelesa y sus mismas potencias la hacen errar. Y así es gran merced de Dios cuando las oscurece, y empobrece al alma de manera que no pueda errar con ellas; y como no se yerre, ¿qué hay que acertar sino ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia, y sólo vivir en fe oscura y verdadera, y esperanza cierta y caridad entera, y esperar allá nuestros bienes, viviendo acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperándolo allá todo?
Alégrese y fíese de Dios, que muestras le tiene dadas que puede muy bien, y aún lo debe hacer; y si no, no será mucho que se enoje viéndola andar tan boba, llevándola él por donde más la conviene, y habiéndola puesto en puesto tan seguro.
No quiera nada sino ese modo, y allane el alma, que buena está, y comulgue como suele. El confesar, cuando hubiere cosa clara. Y no tiene que tratar.
Cuando tuviere algo, a mí me lo escribirá, y escríbame presto, y más veces, que por vía de doña Ana podrá, cuando no pudiere por las monjas.
Algo malo he estado; ya estoy bueno; mas fray Juan Evangelista está malo. Encomiéndele a Dios y a mí, hija mía en el Señor.
De Segovia y octubre 12 de 1589.
Fray Juan de la Cruz