Me llegaron varios comentarios sobre el post de anteayer.
El tono promedio
puede resumirse en:
«Sí, ese tipo y esa gente tiene un
estilo demasiado exaltado. Pero no deberías agarrártelas con ellos,
que son una minoría extremista, sin influencias ni
representatividad. Es gastar energías en peleas internas
sin relevancia. Después de todo, en la batalla que
hoy es más urgente y más grave, los enemigos son otros.
Y en cuanto a ir o no a la Catedral: es muy cómodo criticar,
pero lo indicado y lo valiente era ir.«
Es un mero -y acaso impreciso- promedio, repito; hay gran varianza,
naturalmente.
Seguiremos desarrollando el tema (por decirlo de alguna manera)
en otros posts.
Lo cierto es que a veces, en lo que a ángulos de visión
se refiere, me siento bastante lejos
de mis cofrades lectores [*]… Me limito por ahora a notar un aspecto, tal vez lateral, pero que se me antoja ilustrativo: a nadie parece haberle chocado
la exhortación de estos defensores del Santísimo Sacramento
a «ir comulgados«, con esas
alusiones a temibles requetés, rojos y cruzadas.
Supongo entonces que, si digo que a mí eso
me sonó más cercano a la blasfemia,
más contrario al segundo mandamiento,
que cualquier pintada gay… me ganaré un repudio unánime,
por exagerado e injusto.
Bien, ya me lo he ganado.
* Supongo también que si digo que confío más en el criterio,
conocimiento y buen sentido de varios de esos lectores que en el mío propio, lo tomarán como una afectación. Y algo de eso habrá.
Lo digo, de todas maneras.