Sus «Visiones» son algo asombroso. Muy (pero muy) admiradas por Leon Bloy, entre otros. No han sido, sin embargo, muy estimadas en el medio católico, en general; a muchos incomoda tanta imaginería («¿ todo esto es verdad sobrenatural o no ? no parece que lo sea, sería demasiado enorme; mejor dejarlo de lado, entonces»); y además su obra ha tenido demasiados favores por parte de sectores tradicionalistas de dudosa sensatez (el mismo Mel Gibson…). Junten eso al consabido desprecio por la belleza y ese racionalismo de bajo vuelo de tantos católicos (aún intelectuales)… y ahí tienen.
Un tema aparte sería discernir cuánto influyen estas «Visiones» (a favor y en contra) en la decisión de (tras más de un siglo de proceso) proclamarla beata; como igualmente cuánto influye (a favor y en contra) su predicamento en los dichos sectores católicos. No me meto en eso; aguas demasiado profundas (y turbias) para mí. Notemos igualmente, como simple hecho, que al parecer la declaración no menciona a las visiones (sí sus estigmas).
De sus «Visiones», transcriptas y editadas por Clemente Brentano:
Mi ángel me llama y me guía, ya a un lugar, ya a otro.
Con frecuencia voy en su companía.
Me conduce con gentes a quienes he visto alguna vez, y adonde hay gente desconocida. Me lleva sobre el mar, rápido como el pensamiento, y entonces voy lejos, muy lejos. El fue quien me llevó a la prisión donde estaba la reina de Francia.
Cuando se acerca a mí para acompañarme a alguna parte, muchas veces veo primero un resplandor y después surge de repente su figura en la oscuridad de la noche, como esos fuegos articiales que se encienden súbitamente.
Mientra viajamos, por encima de nosotros es de noche , pero en la tierra hay resplandores. Vamos desde aquí, a través de comarcas conocidas, a otras cada vez más lejanas…
Tengo que recorrer a pie todos los caminos y trepar muchas veces montañas escarpadas; las rodillas me flaquean doloridas, y mis pies arden, pues siempre voy descalza.
Mi guía vuela, unas veces delante de mí y otras a mi lado, siempre muy silencioso y reposado. Acompaña sus respuestas breves con movimientos de mano o con inclinaciones de cabeza. Es brillante y transparente, a veces severo, a veces amable. Sus cabellos son lisos, sueltos y despiden reflejos; lleva la cabeza descubierta y viste un largo traje, resplandeciente como el oro.
Hablo confiadamente con él; pero nunca puedo verle el rostro, pues estoy muy humillada en su presencia.
El me da instrucciones, y yo me averguenzo de preguntarle muchas cosas, pues experimento una alegría celestial en su compañía. Es siempre muy parco en palabras. Lo veo también cuando estoy despierta. Cuando hago oración por otros y él no está conmigo, lo invoco para que vaya con el ángel de aquellos. Si está conmigo, le digo muchas veces «Ahora me quedaré aquí sola; vete allá y consuela a esa gente»; y lo veo desaparecer.
Cuando llegamos al mar y no sé cómo pasar a la orilla opuesta, de repente me veo del otro lado y miro maravillada hacia atrás.
Más información en
Zenit.
(El último link es una entrevista a una artista libanesa ortodoxa, que dice »
Creo que hay que reconocer la valentía de Juan Pablo II y de su Iglesia, que han reconocido la santidad de Anna Katharina Emmerick, en una época en la que basta decir que uno no la desprecia para ser despreciado» … lo cual
acaso sea demasiado decir).Me conduce con gentes a quienes he visto alguna vez, y adonde hay gente desconocida. Me lleva sobre el mar, rápido como el pensamiento, y entonces voy lejos, muy lejos. El fue quien me llevó a la prisión donde estaba la reina de Francia.
Cuando se acerca a mí para acompañarme a alguna parte, muchas veces veo primero un resplandor y después surge de repente su figura en la oscuridad de la noche, como esos fuegos articiales que se encienden súbitamente.
Mientra viajamos, por encima de nosotros es de noche , pero en la tierra hay resplandores. Vamos desde aquí, a través de comarcas conocidas, a otras cada vez más lejanas…
Tengo que recorrer a pie todos los caminos y trepar muchas veces montañas escarpadas; las rodillas me flaquean doloridas, y mis pies arden, pues siempre voy descalza.
Mi guía vuela, unas veces delante de mí y otras a mi lado, siempre muy silencioso y reposado. Acompaña sus respuestas breves con movimientos de mano o con inclinaciones de cabeza. Es brillante y transparente, a veces severo, a veces amable. Sus cabellos son lisos, sueltos y despiden reflejos; lleva la cabeza descubierta y viste un largo traje, resplandeciente como el oro.
Hablo confiadamente con él; pero nunca puedo verle el rostro, pues estoy muy humillada en su presencia.
El me da instrucciones, y yo me averguenzo de preguntarle muchas cosas, pues experimento una alegría celestial en su compañía. Es siempre muy parco en palabras. Lo veo también cuando estoy despierta. Cuando hago oración por otros y él no está conmigo, lo invoco para que vaya con el ángel de aquellos. Si está conmigo, le digo muchas veces «Ahora me quedaré aquí sola; vete allá y consuela a esa gente»; y lo veo desaparecer.
Cuando llegamos al mar y no sé cómo pasar a la orilla opuesta, de repente me veo del otro lado y miro maravillada hacia atrás.
Con todo, estoy contento.