Para empezar, parece que no es del todo cierto que en griego «templo» (=naos) sea igual a «nave», pues según el diccionario ésta es «naus». Aunque, me dice, el genitivo puede ser naós, lo cual sería sólo una homonimia casual, las raíces son distintas, supongo… ¿Algún lector que sepa griego ?
Y me copia algunas referencias interesantes del Diccionario de Símbolos de Cirlot.
- (Actualizado): Diego me acerca
varios
links. Parece que,
efectivamente, las palabras no tienen una raíz común.
barca: Tiene un sentido general de «vehículo». Según Bachelard,
innumerables referencias literarias podrían probar que la barca es la cuna recobrada (y el claustro materno. También hay una asimilación entre barca y cuerpo
barco: Objeto de culto en Mesopotamia, Egipto, Creta y Escandinavia principialmente. Asociado al viaje del sol por el cielo y al «viaje nocturno por el mar» y también a otras deidades y a los espíritus de los muertos. La palabra Carnaval (Carrus navalis) se refiere a una procesión de navíos. En la Antigüedad existió la costumbre de pasear a los barcos. En la Gesta abbatum Trudonesium se dice que en 1133 un labrador de Indem mandó construir en un bosque cercano un barco que andaba con ruedas y al cual hizo recorrer parte del país. Por los sitios donde pasaba había fiestas y júbilo (objeto desplazado como la locomotora en el bosque de Breton). Como el carro o la casa, símbolo del cuerpo o «vehículo» de la existencia. Barco antiguo, alusión a la vejez o al estrato arcaico. Barco roto, alusión a la enfermedad, deterioro, daño o carácter incompleto de algo. Barco enterrado, alusión a una «segunda vida» enterrada, reprimida, olvidada».
nave: En las monedas, una nave surcando los mares es emblema de felicidad y de alegría Pero el sentido más profundo de la navegación nos es dado por Pompeyo el Grande al decir: «Vivir no es necesario; navegar sí». Con ello quiso descomponer la existencia en dos estructuras fundamentales: por vivir entendía vivir para sí o en sí; por navegar, vivir para trascender, lo que, desde su ángulo pesimista, denominó Nietzsche: «vivir para desaparecer». La Odisea no es, en el fondo, sino simplemente la epopeya mítica de la navegación, como victoria sobre los dos peligros esenciales de todo navegar, la destrucción (triunfo del océano, inconsciente) o el retroceso (regresión, estancamiento). Pero Homero sitúa el final del periplo odiseico en un sublime pero sentimental «retorno» a la esposa, al hogar, a la patria. Esta idea mítica corresponde analógicamente al misterio de la «caída» del alma en el plano material (existencia) y a la necesidad de su regreso al punto de partida (involución, evolución), misterio expuesto por el idealismo platónico y, particularmente, por Plotino. Este orden retornante corresponde a un concepto de universo «cerrado» como el del eterno retorno o el que concibe todos los fenómenos organizados en ciclo. La navegación, en una filosofía del infinito absoluto negaría al héroe incluso la llegada a la patria y lo haría navegador eterno en mares siempre nuevos, en horizontes inacabables. De otro lado, volviendo al simbolismo, toda nave corresponde a la constelación de este nombre. Se ha relacionado la nave, como símbolo, con la isla sagrada, en cuanto ambas simbolizan el inconsciente, también aluden a la sorda agitación del mundo exterior. La idea de que precisa haber surcado el mar de las pasiones para alcanzar el Monte de la Salud, es la misma que hemos comentado ya al referirnos a los peligros de todo navegar. Por ello, dice Guénon, «la conquista de la gran paz es figurada bajo la forma de una navegación» – y por ello la nave en el simbolismo cristiano representa la Iglesia -. Aparte del simbolismo indeterminado que asimila el barco, como la barca y el carruaje, al cuerpo humano y a todo cuerpo físico o vehículo, existe la determinación cósmica derivada de la antiquísima asimilación del sol y de la luna a dos barcos flotando en el océano celeste. Los manumentos religiosos egipcios presentan con frecuencia el barco solar. En el arte asirio se representan también barcos en forma de copa, de evidente función solar. Esta forma estrecha más el sentido de la significación. Un sentido adherido al anterior, o a veces independiente, es el que procede, mejor que de la idea concreta del barco, del hecho de la «navegación». De ella proviene el simbolismo del barco funerario y por ello, en muchos países primitivos, se disponen barcos sobre un palo o techo. En ocasiones, es el propio techo del templo o casa que adopta la forma de una nave. Siempre que significa el anhelo de transir, de viajar por el espacio hacia los otros mundos. Todas esas formas representan, en consecuencia, el eje valle-montaña, la verticalidad y el mito de la elevación. Obvia es la asociación de este simbolismo con todos los del «eje del mundo»; el mástil colocado en el centro del navío da realidad al árbol cósmico integrado en la nave funeraria o «barco de la trascendencia.
barco: Objeto de culto en Mesopotamia, Egipto, Creta y Escandinavia principialmente. Asociado al viaje del sol por el cielo y al «viaje nocturno por el mar» y también a otras deidades y a los espíritus de los muertos. La palabra Carnaval (Carrus navalis) se refiere a una procesión de navíos. En la Antigüedad existió la costumbre de pasear a los barcos. En la Gesta abbatum Trudonesium se dice que en 1133 un labrador de Indem mandó construir en un bosque cercano un barco que andaba con ruedas y al cual hizo recorrer parte del país. Por los sitios donde pasaba había fiestas y júbilo (objeto desplazado como la locomotora en el bosque de Breton). Como el carro o la casa, símbolo del cuerpo o «vehículo» de la existencia. Barco antiguo, alusión a la vejez o al estrato arcaico. Barco roto, alusión a la enfermedad, deterioro, daño o carácter incompleto de algo. Barco enterrado, alusión a una «segunda vida» enterrada, reprimida, olvidada».
nave: En las monedas, una nave surcando los mares es emblema de felicidad y de alegría Pero el sentido más profundo de la navegación nos es dado por Pompeyo el Grande al decir: «Vivir no es necesario; navegar sí». Con ello quiso descomponer la existencia en dos estructuras fundamentales: por vivir entendía vivir para sí o en sí; por navegar, vivir para trascender, lo que, desde su ángulo pesimista, denominó Nietzsche: «vivir para desaparecer». La Odisea no es, en el fondo, sino simplemente la epopeya mítica de la navegación, como victoria sobre los dos peligros esenciales de todo navegar, la destrucción (triunfo del océano, inconsciente) o el retroceso (regresión, estancamiento). Pero Homero sitúa el final del periplo odiseico en un sublime pero sentimental «retorno» a la esposa, al hogar, a la patria. Esta idea mítica corresponde analógicamente al misterio de la «caída» del alma en el plano material (existencia) y a la necesidad de su regreso al punto de partida (involución, evolución), misterio expuesto por el idealismo platónico y, particularmente, por Plotino. Este orden retornante corresponde a un concepto de universo «cerrado» como el del eterno retorno o el que concibe todos los fenómenos organizados en ciclo. La navegación, en una filosofía del infinito absoluto negaría al héroe incluso la llegada a la patria y lo haría navegador eterno en mares siempre nuevos, en horizontes inacabables. De otro lado, volviendo al simbolismo, toda nave corresponde a la constelación de este nombre. Se ha relacionado la nave, como símbolo, con la isla sagrada, en cuanto ambas simbolizan el inconsciente, también aluden a la sorda agitación del mundo exterior. La idea de que precisa haber surcado el mar de las pasiones para alcanzar el Monte de la Salud, es la misma que hemos comentado ya al referirnos a los peligros de todo navegar. Por ello, dice Guénon, «la conquista de la gran paz es figurada bajo la forma de una navegación» – y por ello la nave en el simbolismo cristiano representa la Iglesia -. Aparte del simbolismo indeterminado que asimila el barco, como la barca y el carruaje, al cuerpo humano y a todo cuerpo físico o vehículo, existe la determinación cósmica derivada de la antiquísima asimilación del sol y de la luna a dos barcos flotando en el océano celeste. Los manumentos religiosos egipcios presentan con frecuencia el barco solar. En el arte asirio se representan también barcos en forma de copa, de evidente función solar. Esta forma estrecha más el sentido de la significación. Un sentido adherido al anterior, o a veces independiente, es el que procede, mejor que de la idea concreta del barco, del hecho de la «navegación». De ella proviene el simbolismo del barco funerario y por ello, en muchos países primitivos, se disponen barcos sobre un palo o techo. En ocasiones, es el propio techo del templo o casa que adopta la forma de una nave. Siempre que significa el anhelo de transir, de viajar por el espacio hacia los otros mundos. Todas esas formas representan, en consecuencia, el eje valle-montaña, la verticalidad y el mito de la elevación. Obvia es la asociación de este simbolismo con todos los del «eje del mundo»; el mástil colocado en el centro del navío da realidad al árbol cósmico integrado en la nave funeraria o «barco de la trascendencia.