Mil razones por lo menos

Unamuno y Chesterton son de los míos. Los conocí casi al mismo tiempo, alrededor de los veinte años, y me ayudaron, y me ayudan. Aunque no se parecen mucho. Por momentos más bien parecen contrarios. Por ejemplo:

Chesterton:

Supongamos que se produce en la calle una gran agitación por alguna cosa, digamos por un farol de gas que muchas personas de influencia desean hacer desaparecer. A un fraile franciscano, que es el espíritu de la Edad Media, se le pide opinión sobre el particular, y él empieza a decir en la forma árida de los escolásticos: «Consideremos ante todo, hermanos míos, el valor de la Luz. Si la Luz es buena en sí…» Al llegar a este punto, lo echan, algo disculpablemente, al suelo. Toda la gente quiere ganar el farol, el farol queda derribado en diez minutos, y todos se felicitan mutuamente por su practicidad nada medieval. Pero resulta que después las cosas no marchan tal fácilmente. Algunos habían derribado el farol porque querían la luz eléctrica; otros, porque necesitaban hierro viejo; otros, porque deseaban la obscuridad, porque sus actos eran malvados. Algunos no dieron suficiente importancia al farol, otros le dieron demasiada; unos actuaron sólo porque querían inutilizar un servicio municipal, los demás por destruir algo. Y se produjo la guerra en la noche, dándose palos de ciego. Así, gradualmente e inevitablemente, hoy, mañana o el día siguiente, vuelve la convicción de que el fraile franciscano estaba al fin y al cabo en lo cierto, y que todo depende de cuál es la filosofía de la Luz. Sólo que aquello que habríamos podido discutir a la luz del farol de gas, ahora vamos a tener que discutirlo en la oscuridad.

Unamuno:

Una vez, ¿te acuerdas?, vimos a ocho o diez mozos reunirse y seguir a uno que les decía: ¡Vamos a hacer una barbaridad! Y eso es lo que tú y yo anhelamos: que el pueblo se apiñe y gritando ¡vamos a hacer una barbaridad! se ponga en marcha. Y si algún bachiller, algún barbero, algún cura, algún canónigo o algún duque les detuviese para decirles: «¡hijos míos!, está bien, os veo henchidos de heroísmo, llenos de santa indignación; también yo voy con vosotros; pero antes de ir todos, y yo con vosotros, a hacer una barbaridad, ¿no os parece que debíamos ponernos de acuerdo respecto a la barbaridad que vamos a hacer? ¿Qué barbaridad va a ser ésa?»; si alguno de esos malandrines que he dicho les detuviese para decir tal cosa, deberían derribarle al punto y pasar todos sobre él, pisoteándole, y ya empezaba la heroica barbaridad.

¿Pueden gustarme los dos, puedo darles la razón -no sólo en general, sino en particular, en lo que abogan estos textos? De hecho es así – aunque de derecho no estoy seguro. No estoy seguro de si la contradicción es aparente o real. Pero no intentaré conciliaciones por la vía de razones superiores (no quisiera ponerme como por encima de Chesterton y de Unamuno), ni pretenderé «contener multitudes» como decía Walt Whitman, ni me conformaré con la décima de Almafuerte:

Yo proclamo lo que digo
sin meditar lo que dije:
ni me asombra ni me aflige
pensar que me contradigo.
Cualquier ideal persigo,
porque todos serán buenos:
los magines están llenos
de juicios que no se avienen
y las mismas cosas tienen
mil razones por lo menos.

Yo me quedo con los dos, con Unamuno y con Chesterton. Sospecho que, aquí al menos, se complementan – y que conviene no perder de vista los dos lados de la cuestión. Que hay un tiempo para escuchar las razones de fraile razonador, y hay un tiempo (días, siglos, climas y circunstancias) para pisotearlo y pasarlo, con furia o con entusiasmo, por encima.

 

Hace poco conocí otro ejemplo. Las «Coplas del iconoclasta enamorado» es una canción de y por Vainica Doble —pueden leer-escuchar y formarse juicio, antes de seguir, si gustan.

Lo que me hizo gracia fue leer que el dúo tenía ideas muy distintas sobre el sentido de la letra.

Carmen: «Esta canción es otra de las contradicciones entre Gloria y yo. La letra se me ocurrió saliendo de mi casa, yendo por la plaza de Colón, al ver que estaban tirando el palacio de Medinaceli… Está hecha en contra del iconoclasta: una canción absolutamente reaccionaria por mi parte».

Gloria: «Pero como ese personaje soy yo, porque yo soy totalmente iconoclasta, por eso la canto con tanto gusto y da la impresión contraria, que el texto está a favor del iconoclasta… A mí el que un señor destroce todo en nombre del amor me parece una canción de amor tan absolutamente maravillosa, que me emociono siempre que la canto»

Chesterton y Unamuno… armonizado a dos voces. Bien. Y yo aquí también me resisto a optar — en absoluto.

 

Lo de las Vainica, además, puede ilustrar un aspecto de otro tema —si es que realmente es otro: la intención del autor.

Y aquí podríamos traer a nuestro Charly García para acompañar a las españolas, con su canción Viernes 3 AM —de nuevo, los que no conozcan pueden escuchar o leer. Supongamos que viene uno a poner en duda que se trate de un suicidio porque —nos dice—« un «bang» también puede ser un despertar, una explosión, o una forma contemplativa de la angustia»… Probablemente protestamos: es un lectura rebuscada e infiel, es obvio que eso no es lo que Charly tenía en mente cuando escribió esa canción. Pero resulta que quien propuso esa lectura infiel a la intención del autor es… el propio autor. Quizás esto no nos baste, podemos insistir en que es lectura interesada, motivada por la noticia de que varios adolescentes argentinos se suicidaron con la canción de fondo, y que no representa la intención original de la composición… Quizás tengamos razón, pero en todo caso se ve que el criterio de «la intención del autor» es más espinoso y menos concluyente de lo que aparenta. Y lo mismo para las Vainica: ¿es infiel Gloria al texto, al cantarlo a favor del iconoclasta? Es claro que no, el texto admite esa lectura sin sufrir violencia.

Esto, desde ya, está lejos de resolver la cuestión, pero acaso pueda iluminar algún rinconcito. Y ya que empezamos nombrando a Unamuno, con una cita de su «Vida de Don Quijote y Sancho», recordemos que el mismo vasco no tenía problemas en encontrar en el texto cosas que a Cervantes no le había pasado por la cabeza; la intención de Cervantes -en lo general y en lo particular- le importaba muy poco.

Tampoco me importaría mucho a mí esta cuestión de la intención del autor, si no fuera por sus implicancias bíblicas.

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