Libros

Paso breve revista a algunos libros leídos en los últimos meses.

Escatología, de Ratzinger ya fue citado acá. Ni demasiado técnico ni demasiado divulgativo, pero bastante «oficial» (era un capítulo de un manual de teología general, de mediados de los ’70). Muy jugoso para mí.

La larga soledad, de Dorothy Day; autobiografía de una católica atípica, ortodoxa y zurda (hablando mal y pronto) que quería conocer. La primera mitad, más intimista, me gustó mucho -una muestra más de aquello del viento que sopla donde quiere-, ya citaré algo. Después se enfoca en la historia de su obra (The Catholic Worker), no tan interesante para mí como la historia de su alma.

El hombre rebelde, de Camus; un ensayo clásico de un autor clásico, con quien no termino de engancharme (aunque, supongo, debería). El libro no es «de partido», mérito grande (más en ese tema), y en verdad es una mina, pero el estilo me resulta algo tenso -y denso. Quizás amerite otra lectura.

La Biblia del Peregrino, edición de Schökel, una ganga de la Feria del Libro de este año. Me viene gustando, por ahora; la versión y, sobre todo, los comentarios.

La condición obrera, de Simone Weil. Cartas y ensayos, arranca poco antes de su experiencia obrera (pero no incluye su «Diario de fábrica»; lástima), y termina con un ensayo de 1942 «Condición primera del trabajo no servil». Impresionante, como siempre; cosa extraña, cómo sintonizo con esta mujer. Una página de Simone me deja más que muchos libros.

La tourneé de Dios, de Jardiel Poncela; humorismo español (no es mi preferido), una novela satírica e irreverente sobre un Dios baja a darse una vuelta por la tierra, no sin publicidad, y no sin decepcionar a todos (derechas e izquierdas). El autor se defiende en el prólogo: no es un libro contra Dios, dice, es más bien contra la humanidad. Es verdad. Y este su anti-humanismo es su virtud y también su defecto. Por lo demás, se lee de un tirón.

Cisnes salvajes,de Jung Chang, best-seller autobigráfico de una mujer china, su madre y su abuela. Recomendable para los que gusten de estas historias generacionales -como yo. Pintura fascinante de la China del siglo XX, revolución maoísta por medio (el padre era un guerrillero y luego dirigente comunista relevante). Pintura también de las miserias humanas (violencia, idolatría, debilidad y maldad pura) y de no pocas grandezas: en particular, la asombrosa capacidad del hombre para sanar de las heridas, para soportar el mal sin desesperar y sin resentirse (resiliencia, que le dicen -fea palabra para designar algo tan grande).

El anillo de Morgoth, de Tolkien, uno de los tomos de la Historia de la Tierra Media editados por Christopher Tolkien. Son los textos más centrados en temas teológicos, antropológicos y cosmológicos (incluye la Athrabeth). Y donde más agudamente se plantean los problemas de la mitología, las dudas de Tolkien y sus intentos (fallidos y hasta cierto punto destructivos) de hacer cerrar las cosas… El material agobia por momentos, pero por otro lado, ese mismo agobio y ese esfuerzo de Tolkien para enderezar sus caminos, de borrar y redibujar su universo… me resulta conmovedor. En particular, todo lo relacionado con el mito del sol y la luna… Volveremos sobre esto.

Ven, sé mi luz, de la Madre Teresa de Calcuta. Son sus cartas «privadas» (como dice con ostentación la tapa marketinera de Planeta), las que hicieron bastante ruido en su momento. Impresiona, es verdad, la noche, la ausencia de Dios. También tendré cosas que citar de aquí. Pero anoto ahora tres bemoles de este libro. Primero: las cartas no se leen como biografía, y el libro aporta muy poco en este sentido, no es fácil de seguir. Segundo: los textos de la Madre son recios y luminosos; pero los comentarios del editor (el P. Brian Kolodiejchunk) son tan devotos, tan propagandísticos y tan melifluos que dan ganas de vomitar. Tercero y principal: por más que me gusten los diarios íntimos, cartas y autobigrafías, acá me sentí incómodo: se camina demasiado al límite de lo publicable. Si ella escribe una carta a su confesor pidiéndole expresamente que no la muestre a nadie y la destruya… no sé si es correcto editar esto.

Meditaciones (o «Soliloquios», o «Pensamientos») de Marco Aurelio. Qué cosa, estos estoicos. Qué grandes y qué chicos. No recuerdo si conté alguna vez que mi primer cruce con la filosofía (en el sentido más amplio -y más antiguo- de la palabra) fue allá por los 18, y el autor que me pegó, extrañamente, fue el romano Séneca, con sus «epístolas morales». Sentí ahora, a conocer a Marco Aurelio, un eco fuerte de aquella impresión juvenil; y me gustó sentirlo. Bien.

Dicho lo cual debo confesar que la lectura que más he disfrutado (sobre todo si juzgamos por aquel criterio «¡que no termine!»») son unos libros infantiles -pero muy infantiles. La serie de cuentos de «Guillermo«, de Richmal Crompton… de esos que había visto en librerías de usado pero nunca se me habria ocurrido probar si no fuera por una mención en Bienvenidos a la fiesta. Y como ven por la foto, ya he comprado (y leído) más de diez tomos. Y hay que advertir que no son gran cosa, literariamente (no se compara con Penrod, de Tarkington; de hecho, algunos cuentos parecen un mal plagio de este). Pero el caso es que lo vengo disfrutando. Como un chico, diría, si estuviera seguro de que un chico de hoy pueda disfrutar de esto.

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