Compruebo, una vez más, que si me ponen de un lado a los tradicionalistas proclamando que «no hay que inventar nada» porque la Cristiandad ya existió, que basta con volver la mirada a la Edad Media europea para contemplar el modelo (mudable solo en los accidentes y no en la sustancia) de lo que debe ser una sociedad cristiana; y por el otro lado a los progresistas proclamando que «una nueva Iglesia es posible», alentándonos a ser creativos para inventar una nueva cristiandad… me siento tan lejos de los unos como de los otros.
Aunque quizás sería más exacto decir que a los unos (los primeros) los siento más cerca; pero por eso mismo, me irritan más; efectos compensados, que vendrían a dar un neto similar en los dos casos: fuerte rechazo.
No me creeré equilibrado por tan poca cosa, la ortodoxia no se mide en esas coordenadas. Y en todo caso, si de equilibrios se tratara, preferiría sentir menos rechazo y más simpatía por los dos lados.
Pero es lo que hay.