yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, afirmaron
parabién, ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.
(Lope de Vega)
Lindo, eso de «Cuando quieren escribir, piden prestando el tintero»… Hoy tal vez habría que decir «Cuando quieren enviar un mail, van al ciber de la esquina».
Pero, vaya usted a hacer poesía con semejante material.
No se trata solo de que la palabra ciber sea ingrata e innoble, por advenediza; el objeto en sí es aun menos poético. Rumiaba eso hace poco, mi leve extrañeza… no sé si era previsible o necesario que un lugar tal, con un destino tan concreto y neutro («local que renta espacios con computadoras y conexión a Internet por hora»), tuviera que dar en ámbitos tan deprimentes y aun sórdidos. Hasta hace poco había uno, a la vuelta de casa, que tenía colgado, en lugar prominente (lo vi de afuera, nunca entré) un crucifijo. Una rareza, no hace falta decirlo; y algo chocante. Uno no sabía si alegrarse por el ciber o lamentarse por el Cristo…
Tampoco era muy previsible, cuando el email daba sus primeros pasos, el fenómeno del spam; y en general, el peso y el color que pondrían en la data circulante el afán de los mercaderes y nuestra naturaleza caída. Al menos, hace sólo diez años, yo creo que había que ser bastante cínico o pesimista para imaginar que hoy uno recibiría a diario tantos y tales mensajes. O cuáles serían los titulares de las noticias más visitadas en los medios digitales «serios».
Si apenas lo podíamos prever nosotros, menos podía imaginar Lope algunas lecturas adaptadas que haríamos de su poemita (por no hablar del ruido a vidrio quebradoque decía); que cuatro siglos después un lector iba a trasponer su pleitos, cuidados, murmuraciones, ofensas y parabienes a sus análogos del mundo de Internet, foros, blogs y redes sociales.
Y sobre todo, su sueño de soledad bienaventurada.
Porque, si es cierto que la soledad tiene sus pros y sus contras, su cara bendita y su cara maldita, pareciera que con esto de las redes sociales y los contactos virtuales, hemos ganado poco o ninguno de los beneficios de la sociabilidad real. Y que la única soledad que nos están quitando es la saludable.