Las pasiones de la retaguardia

Simone Weil y Georges Bernanos son dos franceses que suelen aparecer por acá; dos lugares destacados en mi santoral privado, digamos. No tenían mucho en común, al menos en sus comienzos; la una, judía agnóstica marxista; el otro, católico nacionalista, con Drumont (monárquico antijudío) como maestro.

Para mediados de los ’30, los dos venían matizando algo sus posiciones, a los golpes, aunque sin abjuraciones radicales; él había roto con Maurras y la Acción francesa y se había concentrado en la literatura de fondo religioso (el Diario de un cura rural fue publicado en 1936); ella, tras su experiencia docente y sus experiencias militantes, había «recibido la marca del esclavo» en su penoso trabajo como obrera manual en la fábrica de Renault; y había dejado de creer en ciertas cosas [*].

Cuando estalló la guerra civil española los dos la vivieron en España, cada cual de su lado, como hicieron tantos. Pero, a diferencia de casi todos, los dos se sintieron horrorizados por las bajezas y las barbaridades, no de la tropa contraria sino de la propia.

No es cuestión de forzar las semejanzas, la simetría es sólo parcial. Bernanos se encontraba viviendo en ese momento en Mallorca; y si sus simpatías iniciales estuvieron del lado previsible (y su hijo fue teniente falangista), no parece haber intervenido activamente; y volvió en 1937 a Francia y escupió en Los grandes cementerios bajo la luna su escándalo. Simone, en cambio, se alistó con los rojos, en la columna Durruti; su inhabilidad física y su miopía enseguida la dejarán fuera de combate; pero hay otro alejamiento, hijo de un disgusto y una desilusión no muy diferente.

A poco de volver a Francia, lee el panfleto de Bernanos; y le escribe una carta, justamente famosa (no sé si él contestó; o si más tarde tuvieron algún contacto; creo que no). Hoy me la crucé en la web: acá está.

Y de los varios puntos de interés, entresaco estas líneas —nada centrales— donde explica los motivos de su enrolamiento. A cuento de algo a comentar otro día —tal vez.

No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, desear todos los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936…
Algunos escritos más de Simone Weil sobre la guerra española (fragmentos de su diario), acá.


* «Fui a verla a París. Era la primera vez que la veía desde el principio del verano de 1933 […] Hablamos de todo tipo de cosas, entre otras de la situación política. Había dejado totalmente de creer en la virtudes liberadoras de la revolución; pensaba que ya sería mucho si pudiéramos conservar, en Francia, las libertades de las que aún gozábamos. Yo, para hacerla rabiar, le dije que se había hecho conservadora. Y ella me contestó: —Al menos en ciertas cosas, desde luego que sí.»
S. Pétrement – Vida de Simone Weil – (año 1934)

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