Tendencia a difundir el mal hacia afuera: también la tengo. Los seres y las cosas no me son suficientemente sagrados. ¡Ojalá no manchara yo nada, aunque estuviera íntegramente convertida en fango!
No manchar nada, ni aun en mi pensamiento. Ni siquiera en mis peores momentos destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, entonces, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano, que podría ser feliz por un momento?
Simone Weil – Cuadernos (La gravedad y la gracia)
Anoto una obviedad, apuntada por
la misma analogía:
así como nos es mucho más fácil manchar que limpiar, romper una escultura griega que esculpirla, igualmente nos queda mucho más a mano destruir felicidades que crearlas.
El que se propone hacer sufrir
a un prójimo, tiene las cosas fáciles; el que quiere hacerlo feliz… no tanto.
No manchar nada, ni aun en mi pensamiento. Ni siquiera en mis peores momentos destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, entonces, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano, que podría ser feliz por un momento?
Simone Weil – Cuadernos (La gravedad y la gracia)
(Y encima la destrucción procura un placer cierto, una ilusión de poder creador -aunque sea en sentido negativo; un sucedáneo no sin sabor, y a precio casi regalado.)
¿Responde esto el interrogante —el por qué— de Simone? Parece más bien que sólo lo desarrolla. Porque, justamente, ese … mundo, en el que destruir (escultura o felicidades) resulta lo más hacedero, vendría a ser el que está regido por las mecánicas de lo que Simone llamaba la gravedad (o la pesantez *).
Ahora bien: hay otro mundo… creemos; infinitesimal pero supremamente vivo (como la semilla de mostaza), que también tiene sus mecánicas, menos evidentes pero igualmente visibles. Y también pueden vislumbrarse en la analogía del principio: ¿destruir una escultura griega es en verdad más fácil que esculpirla? Sólo en un sentido. El que ha aprendido a amar la belleza, encontrará abrumadoramente difícil (en otro sentido) romper la escultura; y al artista de genio (análogado inferior de la santidad) encuentra alegría y placer al crear belleza -y lo hace, en cierto sentido, con facilidad.
Todo esto es bastante sencillo; y trasponerlo del plano estético al moral y al espiritual, también es sencillo. En abstracto, claro está.
Es, por otro lado, enseñanza constante de los que saben por experiencia en estas cosas, que el bien se alimenta a sí mismo, que hay que mortificarse en los comienzos para hacer el bien cada vez más naturalmente, para moverse en el plano en que la gravedad y la entropía de acá abajo no influyen. Lindo debe ser, llegar a tener fácil eso de crear belleza, felicidad, oración…
* También podría venir a cuento acá la segunda ley de la termodinámica -el crecimiento de la entropía.