Me encontré con Muriel en el Biltmore a las siete. Dos tragos, dos sandwiches de atún, y después una película que ella quería ver, algo con Greer Garson.
La miré varias veces, en la oscuridad, cuando el hijo de Greer Garson y su avión desaparecen en combate. La boca abierta. Absorta, preocupada. Identificación total con la tragedia Metro-Goldwyn-Mayer. Yo me sentía fascinado y feliz. Cómo la quiero, cuánto necesito ese corazón que no discierne. Ella a su vez me miró cuando los niños en la película traen el gatito para mostrarlo a la madre. M. adoraba al gatito y quería que yo también lo adorara. Aun en la oscuridad, yo podía percibir su habitual frustración cuando siente que yo no amo automáticamente lo que ella ama.
Más tarde, cuando estábamos tomando un trago en la estación, me preguntó si no había encontrado «bastante lindo» al gatito. No usa más la expresión «muy mono». ¿Cuándo he llegado a arrancarle su vocabulario normal?
Entonces (qué pesado soy) le mencioné la definición del sentimentalismo que da R. H. Blyth: somos sentimentales cuando le dedicamos a una cosa más ternura que la que le dedica Dios. Le dije (¿sentenciosamente?) que sin duda Dios ama los gatitos, pero no con sus garras enfundadas en botitas Technicolor; ese toque creativo se los deja a los guionistas.
M. lo pensó un poco y pareció estar de acuerdo conmigo; pero este «saber» no fue muy bienvenido. Sentada, agitando su trago, se sentía apartada de mí. Le preocupa cómo su amor por mí viene y va, aparece y desaparece. Duda de su realidad, simplemente porque no es uniformemente agradable como un gatito.
Es triste, Dios lo sabe. La voz humana conspira para desacralizar todo sobre la tierra.
Son fragmentos del diario de Seymour Glass (Salinger)
que lee su hermano en «Levantad carpinteros…».
Me interesó, sobre todo, lo que sigue (no estoy seguro de cómo traducir…
discriminación es palabra dudosa, sobre todo hoy; discernimiento me gusta más, aunque tampoco me parece justa; en todo caso, sería una especie de capacidad de discernimiento estética, y extensible a otros planos, pero partiendo de ahí; me parece)…
La miré varias veces, en la oscuridad, cuando el hijo de Greer Garson y su avión desaparecen en combate. La boca abierta. Absorta, preocupada. Identificación total con la tragedia Metro-Goldwyn-Mayer. Yo me sentía fascinado y feliz. Cómo la quiero, cuánto necesito ese corazón que no discierne. Ella a su vez me miró cuando los niños en la película traen el gatito para mostrarlo a la madre. M. adoraba al gatito y quería que yo también lo adorara. Aun en la oscuridad, yo podía percibir su habitual frustración cuando siente que yo no amo automáticamente lo que ella ama.
Más tarde, cuando estábamos tomando un trago en la estación, me preguntó si no había encontrado «bastante lindo» al gatito. No usa más la expresión «muy mono». ¿Cuándo he llegado a arrancarle su vocabulario normal?
Entonces (qué pesado soy) le mencioné la definición del sentimentalismo que da R. H. Blyth: somos sentimentales cuando le dedicamos a una cosa más ternura que la que le dedica Dios. Le dije (¿sentenciosamente?) que sin duda Dios ama los gatitos, pero no con sus garras enfundadas en botitas Technicolor; ese toque creativo se los deja a los guionistas.
M. lo pensó un poco y pareció estar de acuerdo conmigo; pero este «saber» no fue muy bienvenido. Sentada, agitando su trago, se sentía apartada de mí. Le preocupa cómo su amor por mí viene y va, aparece y desaparece. Duda de su realidad, simplemente porque no es uniformemente agradable como un gatito.
Es triste, Dios lo sabe. La voz humana conspira para desacralizar todo sobre la tierra.
Qué noche. En la cena estuvo el analista de la sra. Fedder,
y me estuvo indagando a fondo, hasta las once y media. En ocasiones
con gran habilidad y buen sentido […]
Habló mucho, y con inteligencia, sobre las virtudes de vivir una vida imperfecta, de aceptar las debilidades propias y ajenas. Estoy de acuerdo con él, pero sólo en teoría. Siempre admiraré la actitud del que acepta todo sin discriminar, puesto que conduce a una vida sana y a un tipo de felicidad real, envidiable. Seguida con pureza, es una senda hacia el Tao; sin duda, la más alta senda. Pero cuando se trata de un hombre con discernimiento… para lograrlo habría que despojarse de la poesía, ir más allá de la poesía.
Es decir, no podría llegar a aprender a gustar de la mala poesía en abstracto, como tampoco equipararla con la buena poesía. Debería más bien dejarla a un lado.
No sería una cosa fácil, dije. El Dr Sims dijo entonces que lo estaba poniendo en términos demasiado exigentes, en los términos -dijo- de un perfeccionista. ¿Puedo negarlo?…
Habló mucho, y con inteligencia, sobre las virtudes de vivir una vida imperfecta, de aceptar las debilidades propias y ajenas. Estoy de acuerdo con él, pero sólo en teoría. Siempre admiraré la actitud del que acepta todo sin discriminar, puesto que conduce a una vida sana y a un tipo de felicidad real, envidiable. Seguida con pureza, es una senda hacia el Tao; sin duda, la más alta senda. Pero cuando se trata de un hombre con discernimiento… para lograrlo habría que despojarse de la poesía, ir más allá de la poesía.
Es decir, no podría llegar a aprender a gustar de la mala poesía en abstracto, como tampoco equipararla con la buena poesía. Debería más bien dejarla a un lado.
No sería una cosa fácil, dije. El Dr Sims dijo entonces que lo estaba poniendo en términos demasiado exigentes, en los términos -dijo- de un perfeccionista. ¿Puedo negarlo?…