Hay —me consta— tipos generosos, de admiración y aplauso fácil. Siempre dispuestos a apreciar (ad intra) lo que otro hace,
y prontos a manifestarlo (ad extra). Dejemos a un lado a los bobalicones, los que admiran indiscriminadamente, por simple cortedad de miras; quedémonos con los que admiran con abundancia pero también con criterio, con orden y aprecio por la calidad. Podemos también dejar a un lado a los aduladores, los que aplauden buscando —más o menos concientemente— algún rédito: algún favor del aplaudido, una devolución de aplausos o alguna especie de posicionamiento como crítico apreciador o fan devoto; quedémonos con los que aplauden con toda naturalidad y humildad.
Hay tipos así, me consta.
Yo no estoy seguro de poder decir que los admiro; y, menos, que los aplaudo.
En cambio —y por eso mismo— puedo decir que los envidio.