Por un momento, Julian percibió con incomodidad su inocencia; pero sólo unos segundos, hasta que sus principios lo rescataron. La justicia le daba derecho a reírse.
La sonrisa se fue endureciendo en sus labios para comunicar a su madre, tan claramente como si lo hiciera con palabras: «Tu mezquindad merecía este castigo. Nunca olvidarás esta lección.» …
De «Todo lo que asciende debe converger», un cuento de Flannery O’Connor.
El hijo desprecia y odia las pequeñas manías y prejuicios de su madre, sureña de alcurnia venida a menos, y que no puede desprenderse de sus tics racistas; es claro, sin embargo, que el hijo está más equivocado, en un nivel más profundo. Por lo que veo, Flannery suele trazar malos, si así podemos llamarlos, que se parecen a este Julian: jóvenes, relativamente cultos (pero relativamente; y -sobre todo- en más pobre sentido de la palabra), desarraigados, impacientes, hinchados de efímeros saberes mundanos, y al mismo tiempo desconectados del mundo; tipos de desprecio fácil y caridad difícil (aun cuando la caridad es deber de justicia más elemental, como en este caso). En el fondo, más necios que los necios que desprecian.
Malos que uno puede sentir muy cerca, en suma.
Y que suelen desembocar en algo que podríamos llamar castigo -muchas veces desmesurado; pero que no es propiamente tal, al menos no en un sentido ejemplificador («el que comete tal pecado, termina así»), ni siquiera como un castigo inmanente o como consecuencia. Es otra cosa. Me parece, no sé.
Estoy leyendo con gusto este libro de cuentos, que compré la semana pasada en la Feria. De paso, ¡qué linda tapa! ¿no? (pueden verla mejor clickeando arriba). Y no, no es Flannery, es una foto de una tal Eudora Welty (fotógrafa, no fotografiada; o eso creo).
Una curiosidad extra: el título del cuento —que además dio título a un volumen de cuentos— lo tomó de Pierre Teilhard de Chardin (!).