Forzando un tanto las cosas, decíamos que lo primero estaría más bien a la derecha, lo segundo a la izquierda. Y extremando más, ya tirando a la caricatura, diríamos que: de un lado unos que sienten que el hombre es malo y no merece la vida; del otro lado, otros que sienten que la vida es mala y no merece vivirse. Unos se sienten tentados de reprochar a Dios por permitir tanto pecado (necedad incluida); otros, por permitir tanto dolor. A unos les inquieta la idea de tener hijos al imaginar el pecado que respirarán y cometerán; a otros por imaginar los sufrimientos que soportarán.
Caricatura, sí, y apenas reconocible; y forzada en su dudosa simetría.
Pero alguno con mejores entendederas tal vez podrá enderezar la idea o sacar algo en limpio.
Por lo pronto, aclaremos que se trata de rasgos más o menos subterráneos, probablemente ordenables, nada universales y ni siquiera excluyentes. Pero algo de todo eso me parece que hay… por ái.
Se me ocurren un par de ilustraciones, tan discutibles como la tesis. Pero al menos son de amigos, lo cual me guarda un poco de la sospecha de andar juzgando vicios enemigos, en coordenadas alejadas de las propias.
Del primer sentimiento (y de la ansiedad apocalíptica que suele acompañarlo) siempre recuerdo, curiosamente, una página final de «Juan XXIII (XIV)» una novela poco leída (y quizás poco legible) de Castellani. La sobrina postiza le explica al loco recuperado (a la Quijote) lo que en verdad ha pasado en el mundo, («el mundo ha ido siempre para peor monótonamente desintegrándose, todos los remedios fallaban, su país está enteramente gangrenado… los hombres se hacían peores y peores «), y la probable guerra nuclear inminente; sí, sería pavoroso, pero, sigue ella…
… más pavoroso sería que esto siguiera como está sin cambiar […]
los hombres en general han llegado al colmo de la degradación. Ya lo va a ver usted,
tiíto; yo no lo puedo explicar. La gente pobre, en la mayoría de los países, se porta
por debajo del animal por una lado; y por arriba del animal por otro, porque es perversa
y el animal no lo es. Como si dijéramos «animalidad satánica».
Y con decirle que la gente rica está todavía peor, con eso le digo todo; por más
que todo, todo no se puede decir […] … lujuria, crueldad,
estupidez, idiotez y perfecta inconsciencia, perfecta eliminación
del sentido de culpa, eso que yo creía mentira, que era inventado y exagerado,
porque los novelistas son inventores al fin y al cabo; bueno, tiíto, todo
eso era verdad, y todo eso ha venido en pocos años aquí en Uruguay, en Argentina,
en todas partes. ¡Oh! Es demasiado, demasiado. Es inaguanta… -dijo, y sollozó.
– Esta niña vibra un poco por demás -dijo el médico- pero en gran parte es verdad…
De lo segundo, recuerdo un pequeño rasgo de la primera Simone Weil,
que nunca termina de convencerme (supuesto verdadero; y aun contando con la distancia
entre la Simone de veinte años y la de treinta). Lo relata
su compañera de estudios Simone de Beauvoir:
– Esta niña vibra un poco por demás -dijo el médico- pero en gran parte es verdad…
Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dones como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero.
Pero acaso no sea un ejemplo muy adecuado. Mucho más iluminador y típico, en esta línea, es esto de ens; precisamente. No sólo por aquel sentir de la chica —su resistencia a traer niños a semejante valle de lágrimas— sino por ese otro sentir —la simple alegría de vivir esa vida, la suya—, que en cierta manera contradice lo otro. Indicio de que en aquel pathos («qué espanto, cuánto dolor hay en este mundo») hay algo de inauténtico y de última — en la medida en que se está apoyando en un sufrimiento ajeno, imaginario, desconectado de la vida propia— alienante.
Continuará