Expresa muy bien algunas inquietudes (incomodidades y perplejidades) que ultimamente me han estado rondando. Sólo que referidas no exclusivamente (pero también) a la cultura no católica, sino también a algunas … llamemóslas así, subculturas católicas.
Puede leerse, de todas maneras, sin necesidad de ninguna referencia a mis cosas…
Traducción retocada por un servidor, a pura conjetura (no tengo el original).
…un hombre joven puede, sin excesiva vanidad, llegar a la conclusión de que tiene algo para decir. Puede pensar que hay una verdad olvidada en las controversias del momento, y que él puede recordársela al mundo de una manera tolerablemente lúcida y significativa. Me parece que hay dos caminos que él puede seguir. Quiero señalárselos aquí, porque ha de haber muchos jóvenes en esas circunstancias, como yo mismo lo estuve. En algún sentido puede decirse que he seguido ambos caminos, primero el uno y después el otro.
Ese joven puede arrojar su verdad —o media verdad— dentro del bullicio y la confusión del mundo moderno, de la sociedad secular en general, y oponerla a todas las otras nociones que se están proponiendo de la misma manera. Puede tener el honor de una controversia con Mr. Bernard Shaw, el más generoso de los pugilistas, siempre listo para enfrentar a todos los que aparezcan. Puede pasar revista a los libros de Maeterlink y Bergson. Quizás él mismo escribirá un libro. En ese caso es muy probable que sea saludado por los periodistas como portador de un «mensaje». En cualquier forma, es posible que él gane alguna fama. Pero no es muy claro qué terminará sucediendo con su idea en el largo plazo. No hay ningún árbitro para decidir si él lo venció a Shaw o Shaw lo venció a él. No hay ningún registro de su efímero, aunque posiblemente excelente, comentario sobre Bergson y Maeterlink. Su propio libro va a desaparecer como cualquier otro. Aunque puede haber colmado razonablemente bien sus expectativas personales, no es claro que haya hecho demasiado por el mundo. Especialmente cuando el mundo se encuentra de un humor que sólo admite modas y olvido.
Pero hay un peligro mucho mayor. Aun suponiendo que su verdad haya conseguido sobrevivir como si fuera una tradición, lo más que llegará a ser es una herejía. Pues solamente puede solidificarse como la media verdad que es.
Aunque hubiera sido verdadera en el curso de su vida, se convertirá en falsa cuando esté fosilizada. Y acaso unos pocos toques de algunos seguidores fanáticos lograrán transformarla en una falsedad extravagante y horrible.
Ese joven puede arrojar su verdad —o media verdad— dentro del bullicio y la confusión del mundo moderno, de la sociedad secular en general, y oponerla a todas las otras nociones que se están proponiendo de la misma manera. Puede tener el honor de una controversia con Mr. Bernard Shaw, el más generoso de los pugilistas, siempre listo para enfrentar a todos los que aparezcan. Puede pasar revista a los libros de Maeterlink y Bergson. Quizás él mismo escribirá un libro. En ese caso es muy probable que sea saludado por los periodistas como portador de un «mensaje». En cualquier forma, es posible que él gane alguna fama. Pero no es muy claro qué terminará sucediendo con su idea en el largo plazo. No hay ningún árbitro para decidir si él lo venció a Shaw o Shaw lo venció a él. No hay ningún registro de su efímero, aunque posiblemente excelente, comentario sobre Bergson y Maeterlink. Su propio libro va a desaparecer como cualquier otro. Aunque puede haber colmado razonablemente bien sus expectativas personales, no es claro que haya hecho demasiado por el mundo. Especialmente cuando el mundo se encuentra de un humor que sólo admite modas y olvido.
Pero hay un peligro mucho mayor. Aun suponiendo que su verdad haya conseguido sobrevivir como si fuera una tradición, lo más que llegará a ser es una herejía. Pues solamente puede solidificarse como la media verdad que es.
Aunque hubiera sido verdadera en el curso de su vida, se convertirá en falsa cuando esté fosilizada. Y acaso unos pocos toques de algunos seguidores fanáticos lograrán transformarla en una falsedad extravagante y horrible.
Es para ilustrar esto que, a riesgo de parecer vanidoso, tomo como ejemplo el motivo intelectual que, según mis recuerdos, ha sido el más fuerte en mi propio caso.
La crítica literaria es en gran parte una cadena de rótulos. En cierto momento, en los tempranos días en que yo garrapateaba, alguien me llamó un optimista. Hablaba según el espíritu de su tiempo. Cuando me llamaba un optimista, simplemente quería decir que yo no era un pesimista. El ciertamente asumía que cualquiera que tenía pretensiones intelectuales era un pesimista. Pues en mi temprana juventud era la hora de Schopenhauer y el poder de la oscuridad. Todo el mundo intelectual y artístico estaba bajo un manto de desesperación. La más vivaz aspiración que podía uno tener era llamarse a sí mismo un decadente y exigir el derecho a ser un corrompido. Los decadentes, esencialmente, decían que todo era malo excepto la belleza. Algunos de ellos parecían más bien decir que todo era malo excepto la maldad.
Ahora bien, el primer impulso de mi mente fue simplemente decir que estar corrompido era, enfáticamente, una corrupción. Y comencé a fabricar para mí mismo una suerte de filosofía rudimentaria acerca del cosmos, que estaba fundada en un simple primer principio: existir es un privilegio precioso y maravilloso. Es simplemente lo que ahora expreso diciendo que debemos alabar a Dios por habernos creado de la nada. Yo lo expresé entonces en un pequeño libro de poemas, ahora felizmente desaparecido, que describía (por ejemplo) a la criatura todavía no nacida como alguien para quien sería un bien si solamente llegara a ser algo, o que preguntaba qué terribles transmigraciones de martirio había atravesado antes de nacer para llegar a ser digno de ver una rosa.
En una palabra, yo pensaba, y todavía lo pienso, que el solo hecho de existir por un momento y ver un manchón de luz solar sobre un muro gris debería ser una respuesta a todo el pesimismo de ese período. Yo lo viví especialmente como una reacción contra el pesimismo de ese período. Como todo rebelde, yo era un reaccionario. Es decir, estaba principalmente reaccionando contra algo.
Ahora se me ocurre que esta concepción podría haber tenido su acogida entre las otras concepciones modernas, lo cual no me entusiasma demasiado. Quiero decir que algo se podría haber hecho, como tema literario, con la idea de un nuevo optimismo fundado no en todas las cosas, sino más bien en alguna cosa. ¡En qué sinsentido tan repugnante y abominable se habría convertido entonces, antes de pasar nuevamente de moda! Yo no pretendía hacer de mi idea una maravilla del noveno día, sino más bien, por así decirlo, una maravilla del séptimo día, un reconocimiento semanal y diario de la maravilla del séptimo día de la creación. Pero mucho antes de que hubiera llegado al noveno o al séptimo día, alguien habría descubrierto sus prometedoras posibilidades en la dirección de la perversión o la locura.
De hecho, el panorama de las posibilidades de esa inocente idea es perfectamente espantoso. Esa idea podría fácilmente transformarse en un instrumento para la destrucción de todo lo más querido para mí. Yo tenía otra pasión intelectual que corría paralela a mi rebelión contra el pesimismo de moda. Era una rebelión contra la plutocracia de moda. Como entonces yo podía solamente expresar la primera diciendo que era un optimista, del mismo modo solamente podía expresar la segunda diciendo que era un socialista. Pero de hecho, esta fantasía mía, la filosofía de la maravilla y la gratitud, podría usarse no solamente para aplastar al socialismo sino, también para oponerse al más moderado movimiento de reforma social.
El optimismo de lo maravilloso podría fácilmente ser la herramienta de cualquier tiranía, de cualquier usura, de cualquier insolente corrupción que haya oprimido a los pobres. El tirano solamente debería decir que la gente le tendría que estar agradecida por dejarla vivir. Solamente tendría que decir que un hombre sin derechos políticos o legales ya debería ser feliz por poder mirar una rosa. Solamente tendría que decir que un hombre injustamente preso ya debería estar satisfecho con mirar un manchón de luz solar sobre el muro de la prisión.
Ahora solamente presento esto como un ejemplo (porque ahora lo conozco mejor) de lo que puede suceder a una media verdad cuando tiene la oportunidad de tener éxito como una herejía.
Ha de haber otros mil casos de teorías similares. La moraleja es que la media verdad debe unirse con la verdad total. […]
La maravilla, la humildad y la gratitud son cosas buenas, pero no son las únicas cosas buenas. Debe haber algo que haga reconocer al poeta que las canta que la justicia, la misericordia y la dignidad humana también son cosas buenas. Conociendo algo acerca de la naturaleza de un poeta moderno, cautivado por una fantasía moderna, solamente puedo ver una cosa en el mundo capaz de hacerlo.
Ya he dicho que hay dos caminos para el joven que se afana en anunciar una media verdad. He ofrecido un ejemplo personal de tal joven y la posibilidad de su triste final. El otro camino es llevar su media verdad adentro de la cultura de la Iglesia Católica, que realmente es una cultura y el lugar donde realmente puede ser cultivada. Pues ese lugar es verdaderamente un jardín. El mundo exterior contemporáneo, en cambio, es un desierto, un ruidoso desierto.
Es decir, el joven debe llevar su idea adonde puede ser valorada por lo que tiene de verdadero en ella, adonde pueda ser equilibrada con otras verdades y a menudo sostenida con mejores argumentos. Así llegará a ser una parte, aunque pequeña, de una civilización permanente, que utiliza sus riquezas morales así como la ciencia utiliza su depósito de datos.
En el frívolo ejemplo que acabo de dar, no hay nada verdadero en mi viejo pensamiento infantil que la Iglesia de alguna manera condene. Ella no condena el amor a la poesía o a la fantasía. Ella no condena, sino más bien recomienda, un sentimiento de gratitud por la respiración de la vida. Por cierto, esta es una línea espiritual en la que muchos poetas católicos han sido verdaderos especialistas. Tal vez su primera aparición sea el gran Cántico de San Francisco.
En esa sociedad espiritualmente sana, yo bien sé que el optimismo nunca se convertirá en una orgía anárquica o en un estancamiento de esclavitud. Yo bien sé que no caerá sobre alguno de nosotros el irónico desastre de haber descubierto una verdad solamente para diseminar una mentira.
La crítica literaria es en gran parte una cadena de rótulos. En cierto momento, en los tempranos días en que yo garrapateaba, alguien me llamó un optimista. Hablaba según el espíritu de su tiempo. Cuando me llamaba un optimista, simplemente quería decir que yo no era un pesimista. El ciertamente asumía que cualquiera que tenía pretensiones intelectuales era un pesimista. Pues en mi temprana juventud era la hora de Schopenhauer y el poder de la oscuridad. Todo el mundo intelectual y artístico estaba bajo un manto de desesperación. La más vivaz aspiración que podía uno tener era llamarse a sí mismo un decadente y exigir el derecho a ser un corrompido. Los decadentes, esencialmente, decían que todo era malo excepto la belleza. Algunos de ellos parecían más bien decir que todo era malo excepto la maldad.
Ahora bien, el primer impulso de mi mente fue simplemente decir que estar corrompido era, enfáticamente, una corrupción. Y comencé a fabricar para mí mismo una suerte de filosofía rudimentaria acerca del cosmos, que estaba fundada en un simple primer principio: existir es un privilegio precioso y maravilloso. Es simplemente lo que ahora expreso diciendo que debemos alabar a Dios por habernos creado de la nada. Yo lo expresé entonces en un pequeño libro de poemas, ahora felizmente desaparecido, que describía (por ejemplo) a la criatura todavía no nacida como alguien para quien sería un bien si solamente llegara a ser algo, o que preguntaba qué terribles transmigraciones de martirio había atravesado antes de nacer para llegar a ser digno de ver una rosa.
En una palabra, yo pensaba, y todavía lo pienso, que el solo hecho de existir por un momento y ver un manchón de luz solar sobre un muro gris debería ser una respuesta a todo el pesimismo de ese período. Yo lo viví especialmente como una reacción contra el pesimismo de ese período. Como todo rebelde, yo era un reaccionario. Es decir, estaba principalmente reaccionando contra algo.
Ahora se me ocurre que esta concepción podría haber tenido su acogida entre las otras concepciones modernas, lo cual no me entusiasma demasiado. Quiero decir que algo se podría haber hecho, como tema literario, con la idea de un nuevo optimismo fundado no en todas las cosas, sino más bien en alguna cosa. ¡En qué sinsentido tan repugnante y abominable se habría convertido entonces, antes de pasar nuevamente de moda! Yo no pretendía hacer de mi idea una maravilla del noveno día, sino más bien, por así decirlo, una maravilla del séptimo día, un reconocimiento semanal y diario de la maravilla del séptimo día de la creación. Pero mucho antes de que hubiera llegado al noveno o al séptimo día, alguien habría descubrierto sus prometedoras posibilidades en la dirección de la perversión o la locura.
De hecho, el panorama de las posibilidades de esa inocente idea es perfectamente espantoso. Esa idea podría fácilmente transformarse en un instrumento para la destrucción de todo lo más querido para mí. Yo tenía otra pasión intelectual que corría paralela a mi rebelión contra el pesimismo de moda. Era una rebelión contra la plutocracia de moda. Como entonces yo podía solamente expresar la primera diciendo que era un optimista, del mismo modo solamente podía expresar la segunda diciendo que era un socialista. Pero de hecho, esta fantasía mía, la filosofía de la maravilla y la gratitud, podría usarse no solamente para aplastar al socialismo sino, también para oponerse al más moderado movimiento de reforma social.
El optimismo de lo maravilloso podría fácilmente ser la herramienta de cualquier tiranía, de cualquier usura, de cualquier insolente corrupción que haya oprimido a los pobres. El tirano solamente debería decir que la gente le tendría que estar agradecida por dejarla vivir. Solamente tendría que decir que un hombre sin derechos políticos o legales ya debería ser feliz por poder mirar una rosa. Solamente tendría que decir que un hombre injustamente preso ya debería estar satisfecho con mirar un manchón de luz solar sobre el muro de la prisión.
Ahora solamente presento esto como un ejemplo (porque ahora lo conozco mejor) de lo que puede suceder a una media verdad cuando tiene la oportunidad de tener éxito como una herejía.
Ha de haber otros mil casos de teorías similares. La moraleja es que la media verdad debe unirse con la verdad total. […]
La maravilla, la humildad y la gratitud son cosas buenas, pero no son las únicas cosas buenas. Debe haber algo que haga reconocer al poeta que las canta que la justicia, la misericordia y la dignidad humana también son cosas buenas. Conociendo algo acerca de la naturaleza de un poeta moderno, cautivado por una fantasía moderna, solamente puedo ver una cosa en el mundo capaz de hacerlo.
Ya he dicho que hay dos caminos para el joven que se afana en anunciar una media verdad. He ofrecido un ejemplo personal de tal joven y la posibilidad de su triste final. El otro camino es llevar su media verdad adentro de la cultura de la Iglesia Católica, que realmente es una cultura y el lugar donde realmente puede ser cultivada. Pues ese lugar es verdaderamente un jardín. El mundo exterior contemporáneo, en cambio, es un desierto, un ruidoso desierto.
Es decir, el joven debe llevar su idea adonde puede ser valorada por lo que tiene de verdadero en ella, adonde pueda ser equilibrada con otras verdades y a menudo sostenida con mejores argumentos. Así llegará a ser una parte, aunque pequeña, de una civilización permanente, que utiliza sus riquezas morales así como la ciencia utiliza su depósito de datos.
En el frívolo ejemplo que acabo de dar, no hay nada verdadero en mi viejo pensamiento infantil que la Iglesia de alguna manera condene. Ella no condena el amor a la poesía o a la fantasía. Ella no condena, sino más bien recomienda, un sentimiento de gratitud por la respiración de la vida. Por cierto, esta es una línea espiritual en la que muchos poetas católicos han sido verdaderos especialistas. Tal vez su primera aparición sea el gran Cántico de San Francisco.
En esa sociedad espiritualmente sana, yo bien sé que el optimismo nunca se convertirá en una orgía anárquica o en un estancamiento de esclavitud. Yo bien sé que no caerá sobre alguno de nosotros el irónico desastre de haber descubierto una verdad solamente para diseminar una mentira.