Más teístas que Dios

La cuestión de si Dios está por encima de la razón, o del bien, no es una vana curiosidad teológica (aunque, claro, para aquellos cínicos que se sienten inteligentes metiendo a la teología dentro del género de la ciencia ficción -Borges- o se burlan de los escolásticos medievales que contaban cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, toda cuestión teológica es una frivolidad; allá ellos con su propia frivolidad). De hecho, si no me equivoco, el discurso del papa se centraba en esta cuestión, y cómo aborda el cristianismo la cuestión, y cómo la aborda el islamismo, y qué se sigue de todo esto.

Yo no sé nada del islam, y no sé si sé algo del cristianismo. Pero sí recuerdo esto:
Eran mis tiempos pre-conversión, acercándome pero todavía afuera, algo a tientas en esa especie de catecumenado autodidacta. Entre mis lecturas múltiples, caóticas y mal digeridas, cayó -no sé cómo- un libro sobre los fundamentos filosóficos del derecho (la ley, en el sentido habitual de la palabra: la ley positiva), no católico. El autor se remontaba a las fuentes religiosas, (la ley divina, diríamos) y enumeraba las distintas maneras en que un teísta puede concebir la relación entre Dios y «lo que está bien». Para algunos, decía en resumen, Dios, al ser lo absoluto, está por encima del bien; que tal o cual acto esté bien o mal depende, pues, de la voluntad de Dios; Dios es libre, por así decir, de decidir que en su universo creado tal acción es buena o mala. Según otros, en cambio, la bondad de cualquier acto libre es intrínseca, y -por decirlo así- Dios no puede cambiar eso a su voluntad; Dios no puede dictaminar que matar está bien, no puede crear un cosmos en el que matar esté bien.

Cuando yo leí eso, instintivamente -e ingenuamente- me puse del lado de los primeros; lo otro me parecía una especie de limitación indigna de Dios. Yo acaso no estaba muy seguro de la existencia de Dios, pero en todo caso quería un Dios grande, absoluto; y no admitía que Dios «no pudiera» cualquier cosa. Fue entonces una sorpresa —y un sano baldecito de agua fría— descubrir, al continuar la lectura, que la teología católica «oficial» (Santo Tomás de Aquino, en particular) estaba más bien con los segundos.
Hoy creo poder decir que eso -y lo que con eso viene- fue lo primero que aprendí de Santo Tomás. Y que así como existe el peligro de ser más papista que el Papa, uno puede caer en ser más deísta (o teísta) que Dios.
Que se requiere una especie de humildad intelectual (y estética) para acercarse a Dios, que hay que purgarse la imaginación de grandezas … imaginadas. Por cierto, ya sé que la concepción tomista no rebaja a Dios al «limitarlo» por la exigencia de un Bien que no depende de su arbitrio, puesto que Dios es el mismo Bien. Pero hay en el medio un largo camino, y cuando hay hambre de absoluto y de trascendencia, aceptar esas «limitaciones» no de deja de ser una especie de prueba ascética. En ese sentido, sólo en ese sentido, entiendo que gritar con fervor y entusiasmo que «Dios (o Alá) es grande!», implicando que Dios está por encima de todo, del bien, de la razón, de la belleza… es una especie de embriaguez que el cristianismo no favorece; o mejor, dicho, es una embriaguez para la cual sólo la mística -que es decir: el amor- tiene canilla libre. Para el común: templanza.

Templanza que se aplica al plano intelectual, al moral y también al estético: recuerdo también -o creo recordar- una de Dolina, cuando comentaba una de las conocidas aporías sobre la omnipotencia divina: ¿Puede Dios -todopoderoso, claro está- crear una piedra tan pesada que no pueda levantarla? Algunos responden que no podría, y que esto demuestra el absurdo de un Dios todopoderoso. Otros dicen que no podría, pero que esto no es objeción porque la omnipotencia de Dios no puede extenderse a absurdos lógicos [*]. Yo, decía Dolina (creo recordar yo) prefiero creer que si Dios es todopoderoso también podrá contra la lógica, que podrá crear una piedra tan pesada que no pueda levantarla, y que sin embargo podrá levantarla. Qué simpático… Pero, claro, religiosamente hablando, Dolina -pobre querido Dolina- es sólo un poeta; y según parece, esta gente no tiene la templanza fácil.


[* Y Tomás contestaría algo así, supongo. Como contesta a la cuestión de si Dios puede hacer que un suceso pasado no haya sucedido.]

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