Ni moralejas, ni juicios, ni opiniones.
Eh… pero ¿cómo dejar de preguntar y preguntarse?… Dos cuestiones, sobre todo, reclaman opinión a gritos:
Es fácil prever el dictamen de un incrédulo; y acaso también el un católico [*]. Y lo digo sin ninguna sorna. Pero el caso es que yo, de verdad, no tengo respuestas formadas para esas preguntas, ni mucho interés en formármelas.
—Y entonces ¿para qué contás todo esto? ¿Te parece que tiene algo de edificante?
Mmmm…. No sé. Y no es que me moleste la palabra, ni que deje de importarme la edificación (de hecho, me importa), pero… trataremos de responder otro día.
Por hoy, y a modo de epílogo histórico, resumamos cómo siguió la vida de Bloy.
Cuando internan a Verónica en el asilo de dementes, él tiene 36 años. Empieza una nueva época en su vida, que se cerraría a los 43.
En ese intervalo, si no pierde la fe ni el interés religioso, su vida espiritual parece menguada; tiempos desordenados, en los que busca refugio en el ambiente literario-periodístico… y en las mujeres. De lo primero, no sacará gran cosa: amistades fundadas sobre lo estético, con pocas raíces; algún progreso técnico y una fama de libelista zafado que terminará por jugarle en contra; y muchos enemigos, claro. De lo segundo… unas cuantas experiencias, algunas casi tan tristes como la pasada, dos amantes muertas, y un hijo «no reconocido» (bueno… aportó dinero para su crianza, hasta su muerte a los 11 años; pero de entrada se negó a casarse con la madre, y jamás menciona el asunto en su diario). Sus pocos amigos fieles del mundo literario mueren: primero Hello, después Barbey y Villiers.
A los 41 años publica «El desesperado», novela, su primer obra de cierta importancia. Y podría haberse creído que era la última. En las ventas: es un fracaso. En el resultado: es un pastiche ampuloso, recargado, brillante por momentos, insufrible por otros; una «liquidación de stock» en la que mete sin importarle nada «todo lo que encuentra de bueno en sus cajones» (Stanislas Fumet dixit), también todo el episodio de la Verónica (novelado… como si hiciera falta), y cerca del final un ataque de una minuciosidad y una ferocidad increíbles contra casi todos los escritores franceses de moda, apenas ocultados bajo seudónimos, un «degüello en regla, del cual no se encontrará equivalente en la literatura de ninguna lengua» (ibid). Nace así la «conspiración del silencio» del establishment literario, de la que Bloy pasará su vida quejándose; y que será (y cómo no!) deliberada, y a muerte.
A los 43, conoce a Jeanne Molbech, danesa protestante, la que (tras pocos meses de noviazgo y la conversión de ella) sería su esposa; recién entonces logra poner algún orden en su vida, en lo interior y en lo exterior; recupera sus prácticas religiosas, para ya nunca abandonarlas.
Hasta su muerte, a los 71, su vida será ya bastante uniforme, aunque no sin miseria -incluida la muerte de dos hijos. Escribirá con regularidad libros «que vivirán pero que no lo hacen vivir», y logrará al fin algunos amigos fieles, provenientes de la escasas pero devotas filas de sus lectores. Intelectualmente, parece que después de «El desesperado» no tendrá grandes cosas nuevas que aprender, sólo afinar algo los medios de expresión.
A los efectos de esta serie, conviene hacer constar que Bloy nunca respondió explícitamente a las cuestiones planteadas arriba, que sepamos. Usó, sí, el episodio de la Verónica en la novela, como dijimos. Y las «ideas» que recibió de la vidente alimentarán siempre su pensamiento; sobre todo en «La salvación por los judíos», pero no solamente. Por ejemplo: uno de los textos de «En las tinieblas», su último libro —a los 70 años— se titulará «El inimaginable advenimiento»….
Alguno dirá que eso es una manera de responder… ; y una chocante manera. Será.
[* … lo cual, claro, no implica suponer unanimidad. Digamos de paso que Maritain opina que, a pesar de todo, algo de sobrenatural debe de haber habido en las iluminaciones de Ana María]