El que se mira al espejo

En la misa de hoy se leyó algo de la epístola de Santiago:
…Tengan bien presente, hermanos muy queridos, que debemos estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y para enojarnos.
La ira del hombre nunca realiza la justicia de Dios.
Dejen de lado, entonces, toda impureza y todo resto de maldad, y reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos.
Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos.
El que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es.
El versículo sobre la ira me despertó… y así paré mientes (por primera vez, creo) en esa curiosa comparación final del espejo. Suena muy sugestiva, aunque no estoy seguro de entenderla bien… (alguna exégesis?).

Pienso —provisionalmente, a falta de otra cosa— que «oír la Palabra» se asimila a conocer el Bien de una manera abstracta, no vital; que este conocimiento, por más que nos parezca nítido, si no está incorporado, si no forma parte integral de nuestro actuar, es ilusorio: de hecho, se olvida. Análogamente, el conocimiento de uno mismo que da el espejo es, no obstante su engañosa nitidez, vano y por lo mismo efímero. El que se conoce a sí mismo, se conoce habitualmente, aunque no tenga un espejo delante.

Esto podría enlazarse, acaso (uno siempre encontrando demasiadas relaciones) con aquello de pretender estar del lado del Bien por el hecho de reconocerlo (o mejor: de reconocer su opuesto, el mal), en lugar de por hacer el bien.

Conocer el bien, y no practicarlo, no es ser bueno.
Pero es un primer paso, me dirán.
Hummmm…no sé, miren… les diré.

(Por otro lado… si eso dice Santiago del que en lugar de hacer el bien, se da por contento con oír la Palabra, qué diría del que se da por hecho con escribir —a favor de Dios… of course!— en un blog).

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