Wenders de nuevo

Me comentan algunos lectores sobre la «conversión o algo así» al cristianismo de Wim Wenders, cineasta citado aquí más de una vez; me dicen que la revista Ñ salió algo…
No sé, será lo que sea. La verdad es que yo soy por naturaleza un poco frío para esas cosas… quiero decir, no me entusiasmo fácilmente por la notica de que fulano (una figura pública; sobre todo un artista o intelectual que uno aprecia) se convirtió, a menos que uno tenga buenos motivos para confiar en la «firmeza» de su conversión, y de que esto es una especie de florecimiento o coronación de un camino, el final feliz de una busqueda de belleza/verdad.
Y no tengo a la vista, en este caso, esos motivos.
Ni siquiera estoy muy seguro de la calidad artística de Wenders, vea. Me gustó mucho Paris, Texas ; y me gustó (sin adverbio) Las alas del deseo; es todo. Y por lo que dicen los críticos, el tipo no ha envejecido bien (hace rato que no hace una película buena), y eso a mis ojos es un síntoma especialmente malo.
Pero todo esto es mi mera impresión, con poco fundamento sólido.

Acá hay una entrevista (en inglés) donde habla del tema religioso. Veo que proviene de familia católica, y hasta fantaseó con ser cura en la adolescencia. Pero después se apartó completamente (para dolor de su padre; católico devoto, al parecer; pero con quien no hablaba nunca de religión — todo un tema lo que dice al pasar: «nunca hablamos una sola palabra sobre Cristo – y tal vez esto sea algo propio de los católicos»). Volvió ahora al cristianismo, aunque «no era posible para mí volver a la Iglesia Católica, pero empecé a rezar de nuevo y a leer la Biblia». Hay otras detalles de interés en la entrevista.

Y bien, vaya a saber. Dios tiene sus caminos.

Casualmente, hoy encontré esta página con extractos de la película. Algunas cosas me impresionan mejor así, leídas que escuchadas.
Los monólogos de Homero (el viejo bibliotecario, que recorre las ruinas de la ciudad) y Marion (la trapecista fracasada, antes de su última noche en el circo)…
[Homero] Cuéntanos musa del narrador, del infante, del anciano apartado a los lindes del mundo y haz que en él se reconozca cada hombre. Con el tiempo los que me escuchaban se han convertido en mis lectores. Ya no se sientan en círculo sino solos, y cada uno no sabe nada del otro.
Soy un viejo, con la voz quebrada, pero el relato sigue elevándose desde las profundidades. Y la boca entreabierta lo repite, tan poderoso como apacible. Una liturgia para la que nadie necesita estar iniciado en el sentido de las palabras y de las frases.

[Marion] Ahí está, se acabó. Vuelve a faltarme tiempo para acabar algo. ¿El circo? Recuerdos para dentro de diez años. Esta es la última noche de mi querido número y además hay luna llena; …y la trapecista se rompe la crisma… ¡Cállate!
Nunca me imaginé así. La despedida del circo. La última noche no viene nadie, tocáis como zoquetes y yo vuelo por la carpa como un pollo en el puchero. Y luego otra vez a trabajar de camarera. ¡Mierda!

A menudo hablo de mí sólo por precipitación. En momentos como este, momentos como ahora mismo… El tiempo lo curará. ¿Y si el tiempo fuera la enfermedad? Como si hubiera que encorvarse para seguir viviendo. ¡Vivir!, una mirada basta… el circo, lo echaré de menos.

Es extraño, no siento nada. Como si el dolor no hubiera pasado. Toda esa gente que he conocido, que queda, quedará en mi cabeza. Todo termina siempre cuando acaba de empezar. Era demasiado hermoso.

Al fin fuera, en la ciudad. Encontrar quién soy, en quién me he convertido. Suelo ser demasiado consciente para estar triste. Esperé una eternidad que alguien me dijera algo cariñoso, luego que me fui al extranjero. Alguien que me dijera «¡Hoy te quiero tanto!». ¡Sería tan hermoso! Miro ante mí y el mundo se alza ante mis ojos, me llega al corazón. De niña sentía deseos de vivir en una isla. Una mujer sola, plenamente sola. Sí, eso es.
Vaciada, incompatible. El vacío, el miedo, el miedo, el miedo. La mirada de un animalito perdido en el bosque. «Quién eres tu?» Yo no lo sé. Pero algo sé: no seré trapecista. Decisiones imprevistas en las que uno cree.
No llorar. No quiero llorar. ¡Para nada! Ocurre, así son las cosas. No siempre salen como uno quiere. El vacío, el vacío…

Ya no pensar en nada… Estar aquí. Aquí soy extranjera pero todo me resulta familiar, en todo caso, no puedo perderme. Siempre se llega al muro. Esperaré la foto. Saldrá una con diferente rostro y así podría comenzar una historia. Los rostros, tengo ganas de ver rostros. Quizá encuentre un trabajo de camarera.

Tengo miedo de esta noche. Qué tontería. La angustia me pone enferma, porque una parte de mí se preocupa y otra no se lo cree. ¿Cómo debo vivir? Quizá no sea esta la pregunta. ¿Cómo debo pensar?

Sé tan pocas cosas… Tal vez sea demasiado curiosa. A menudo pienso en forma tan equivocada… Pienso como si hablara a otro.

Dentro de los ojos cerrados, cerrar aún más los ojos… Entonces incluso las piedras cobran vida. Ser por los colores. ¡Los colores! Los neones en el cielo del atardecer, los tranvías rojos y amarillos. Sólo tengo que estar lista y todos los hombres del mundo me mirarán.
Nostalgia. Nostalgia de una ola de amor que creciese en mí. Eso es lo que me hace resultar torpe: la ausencia de placer. Deseo de amor. Deseo de amar.


[Homero] El mundo parece ahogarse en el crepúsculo, pero yo narro, como al principio, en mi cantinela que me sostiene a salvo, por el relato, de las revueltas del presente y protegido para el futuro.
Se acabó el remontarse muy atrás de antaño. El ir y venir a través de los siglos… Ya sólo puedo pensar de un día para el otro. Mis héroes ya no son los guerreros y los reyes, sino las cosas de la paz, todas iguales entre sí: las cebollas que se secan tan valiosas como el tronco del árbol que atraviesa el pantano. Pero nadie ha logrado aún, cantar una epopeya de la paz. ¿Qué le ocurre que no puede seguir fascinando por mucho tiempo, que se deja apenas narrar por alguien?
¿Debo renunciar ahora? Si renuncio, entonces la humanidad perderá su narrador. Y si alguna vez la humanidad pierde su narrador, al mismo tiempo habrá perdido su infancia. ¿Dónde están los míos, los simples, los primigenios?

Nómbrame, musa, al pobre cantor inmortal quien, abandonado por sus mortales oyentes, ha perdido su voz. El que del ángel del relato, se convirtió en el ignorado o burlado organillero, fuera, en el umbral de la tierra de nadie.

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