Fray Nelson viene escribiendo una serie de posts ( 1 – 2 – 3 – 4 – 5 … ) que vale la pena leer, sobre la vida de los sacerdotes y las familias, y sobre los conceptos de «parroquias» y «comunidades» que hoy, como se vienen entendiendo y practicando, no parecen alcanzar para llenar las necesidades de una vida cristiana en sociedad. Todo un temita…
… no estoy de acuerdo con que el sacerdote se convierta en una especie de «funcionario» que realiza sus planes pastorales o los de su diócesis en un periodo de tiempo en una parroquia, y luego, cuando ya se le conoce el dicurso o se acaba su «novedad.» Con un esquema así, la economía, el alimento espiritual y la afectividad del sacerdote pasan a ser un problema suyo y solo suyo. […]
Lo que quiero decir (y es un pensamiento apenas en proceso de elaboración) es que un sacerdote que no sabe para quién es sacerdote termina muy fácilmente descuidando su propia vida espiritual, al paso que su economía y sus afectos, o los dos, se van llenando de misterios y trampas. […]
…que el celibato del sacerdote no sea un problema del sacerdote. Que no sea un «problema» sino una «gracia» y que no sea «asunto del sacerdote» sino «regalo que la comunidad entera recibe, aprecia y protege.» […]
…creo que nuestra Iglesia irá encontrando –tendrá que encontrar– nuevos modos de asociar el ministerio ordenado y las familias.
Hay soluciones relativamente simples que se plantean cada rato: que el sacerdote se case, por ejemplo. O que las cosas sigan como van y sencillamente se le dé «nuevo impulso» a las parroquias. Pero la vida urbana, que es la vida de más de la mitad de la población mundial del siglo XXI, no encontrará respuestas en esas soluciones. […]
La única manera de penetrar hasta el último rincón es creando modos nuevos de alianza, comunión y comunidad con laicos. La comunidad de un sacerdote seguramente ya no será determinada por calles y avenidas o por kilómetros cuadrados, sino por la red de conocidos, amigos y conversiones que se vayan dando al ritmo de la predicación, la liturgia, la evangelización y la plegaria.
No es algo demasiado nuevo. Al contrario, se parece bastante a lo que podemos reconstruir de los orígenes de la expansión del cristianismo en el entorno pagano de los primeros siglos de la Iglesia. Si nuestro entorno sólo puede ser calificado de «neo-pagano,» no es extraño en absoluto que las propuestas nuestras se asemejen a las de esos orígenes. […]
[…] un compromiso estable de una comunidad de personas con un o unos sacerdotes, en régimen de vida tal que se pueda respetar la privacidad propia de las familias y de quienes sean célibes o vírgenes en la comunidad, pero donde a la vez haya la proximidad y confianza suficientes para «dar razón del hermano.»
En una parroquia actual eso prácticamente no existe. Me atrevo a pensar que, para quienes tienen tan sólo un vínculo de misa de domingo o aún menor, la fe es un evento más bien individual, o algo encerrado en la familia. Aunque la persona obedezca todo lo que dice la Iglesia, ya lo obedece por su decisión y no por pertenecer a la Iglesia.[…]
Lo que quiero decir (y es un pensamiento apenas en proceso de elaboración) es que un sacerdote que no sabe para quién es sacerdote termina muy fácilmente descuidando su propia vida espiritual, al paso que su economía y sus afectos, o los dos, se van llenando de misterios y trampas. […]
…que el celibato del sacerdote no sea un problema del sacerdote. Que no sea un «problema» sino una «gracia» y que no sea «asunto del sacerdote» sino «regalo que la comunidad entera recibe, aprecia y protege.» […]
…creo que nuestra Iglesia irá encontrando –tendrá que encontrar– nuevos modos de asociar el ministerio ordenado y las familias.
Hay soluciones relativamente simples que se plantean cada rato: que el sacerdote se case, por ejemplo. O que las cosas sigan como van y sencillamente se le dé «nuevo impulso» a las parroquias. Pero la vida urbana, que es la vida de más de la mitad de la población mundial del siglo XXI, no encontrará respuestas en esas soluciones. […]
La única manera de penetrar hasta el último rincón es creando modos nuevos de alianza, comunión y comunidad con laicos. La comunidad de un sacerdote seguramente ya no será determinada por calles y avenidas o por kilómetros cuadrados, sino por la red de conocidos, amigos y conversiones que se vayan dando al ritmo de la predicación, la liturgia, la evangelización y la plegaria.
No es algo demasiado nuevo. Al contrario, se parece bastante a lo que podemos reconstruir de los orígenes de la expansión del cristianismo en el entorno pagano de los primeros siglos de la Iglesia. Si nuestro entorno sólo puede ser calificado de «neo-pagano,» no es extraño en absoluto que las propuestas nuestras se asemejen a las de esos orígenes. […]
[…] un compromiso estable de una comunidad de personas con un o unos sacerdotes, en régimen de vida tal que se pueda respetar la privacidad propia de las familias y de quienes sean célibes o vírgenes en la comunidad, pero donde a la vez haya la proximidad y confianza suficientes para «dar razón del hermano.»
En una parroquia actual eso prácticamente no existe. Me atrevo a pensar que, para quienes tienen tan sólo un vínculo de misa de domingo o aún menor, la fe es un evento más bien individual, o algo encerrado en la familia. Aunque la persona obedezca todo lo que dice la Iglesia, ya lo obedece por su decisión y no por pertenecer a la Iglesia.[…]