— [Miradamescua] … He ahí, justamente. Lo que yo le venía diciendo.
Dios nos hace bien através y apesar dese mecanismo
pesado y mundano que llamamos la Una Santa Católica
y Apostólica Iglesia Romana.
Nos hace bien a veces porque quiere, y a veces no.
La Santa «Madre» Iglesia se portó conmigo como una hiena.
— [Ducadelia] No exagere usted tampoco. Y no olvide: después lo reparó, caro amigo. Por mucho que usted haya sufrido…
— «Circumdererunt me gemitus mortis, dolores inferni circumdererunt me«, dijo el andaluz con exageración, pero guiñando un ojo.
— Por grande que haya sido la tropelía que sufrió, no será mayor que las mías; y yo seguí creyendo en la Iglesia, aunque con tentaciones, como en estos malos versos aquí. Y mis tropelías no son mayores que quemar vivo a Juan Huss o a Giordano Bruno; y, sin embargo, incontable multitud de hombres concienzudos y sabios siguieron creyendo en la Iglesia, aunque desaprobando en su corazón esos hechos; los cuales no son tampoco indisculpables, como usted mantiene. Parecería que usted es incapaz de perdonar.
— Dígame, ¿cree usted en las indulgencias plenarias?
— Sí.
— ¿Cree usted en el agua bendita?
— Sí.
— ¿Cree usted en la ciencia de los jesuitas?
— Bueno… no tanto como en el agua bendita.
Rieron los dos. Era en vano. El Papa trataba de convencer a su guasón interlocutor de que «Iglesia» se dice en tres sentidos; hay la Iglesia que es el proyecto de Dios y el ideal del hombre, y está comenzada en el cielo, la «Esposa», a la cual San Pablo llama «sin mancha», una; hay la Iglesia terrenal, donde están el trigo y la cizaña mezclados para siempre, pero se puede llamar «santa» por su unión con la de arriba de por la gracia, dos; y hay la Iglesia que ve el mundo, «el Vaticano», que trata con el mundo; que está quizás más unida con el mundo que otra cosa, y que desacredita el todo.
Miradamescua replicaba que a él no le vinieran con distingos: oliva y aceituna, todo es una…
El diálogo es de «Juan XIV», aquella recién mentada novela de Castellani,
(justo al ladito de las indulgencias…). Y debo un post introductorio acerca del finado Castellani, que debe ser un escritor desconocido para los no argentinos; y aun para muchos argentinos. — [Ducadelia] No exagere usted tampoco. Y no olvide: después lo reparó, caro amigo. Por mucho que usted haya sufrido…
— «Circumdererunt me gemitus mortis, dolores inferni circumdererunt me«, dijo el andaluz con exageración, pero guiñando un ojo.
— Por grande que haya sido la tropelía que sufrió, no será mayor que las mías; y yo seguí creyendo en la Iglesia, aunque con tentaciones, como en estos malos versos aquí. Y mis tropelías no son mayores que quemar vivo a Juan Huss o a Giordano Bruno; y, sin embargo, incontable multitud de hombres concienzudos y sabios siguieron creyendo en la Iglesia, aunque desaprobando en su corazón esos hechos; los cuales no son tampoco indisculpables, como usted mantiene. Parecería que usted es incapaz de perdonar.
— Dígame, ¿cree usted en las indulgencias plenarias?
— Sí.
— ¿Cree usted en el agua bendita?
— Sí.
— ¿Cree usted en la ciencia de los jesuitas?
— Bueno… no tanto como en el agua bendita.
Rieron los dos. Era en vano. El Papa trataba de convencer a su guasón interlocutor de que «Iglesia» se dice en tres sentidos; hay la Iglesia que es el proyecto de Dios y el ideal del hombre, y está comenzada en el cielo, la «Esposa», a la cual San Pablo llama «sin mancha», una; hay la Iglesia terrenal, donde están el trigo y la cizaña mezclados para siempre, pero se puede llamar «santa» por su unión con la de arriba de por la gracia, dos; y hay la Iglesia que ve el mundo, «el Vaticano», que trata con el mundo; que está quizás más unida con el mundo que otra cosa, y que desacredita el todo.
Miradamescua replicaba que a él no le vinieran con distingos: oliva y aceituna, todo es una…
Para el caso, tal vez convenga anotar que el personaje Ducadelia (Papa en la novela) vendría a ser el mismo Castellani; y que fue sacerdote …y jesuita, hasta que -como decimos por acá– le dieron el olivo.