El famoso GKC

A propósito de algo de ens, estuve releyendo ese capítulo de la conversión de Chesterton, relatada por Pearce. En verdad, tiene mucho para rumiar. Es una lástima que estas historias los católicos las evoquemos con una alegría que, si no me equivoco, no es del todo pura… ese tono demasiado satisfecho, esa poca delicadeza, esa especie de aplauso que parece estar pidiendo el desenlace del asunto… Y no es que no sea para alegrarse, claro está.
Bueno. Yo mismo temo caer en esas trampas. Me acerco, pues, con temor y temblor.
No se trata, de todas maneras, de relatar la historia de la conversión. Pongamos sólo, como contexto para los que lo necesiten, el resumen de situación.

1922. Chesterton, con 48 años, era un tipo muy conocido en Inglaterra y también en el mundo. Periodista, ensayista, escritor, apologista, famoso por su gracia, su figura caricaturesca, sus iniciales: GKC. Defensor notorio del cristianismo (con Belloc, y contra Wells y Shaw), al cual había vuelto alrededor de los 25 años; pero aunque su pensamiento era básicamente católico, había permanecido anglicano. En 1922 finalmente dio el salto. Fin de resumen.

Lo que quería copiar hoy es este fragmento de carta, de esos momentos tensos y angustiosos previos al salto, al padre O’Connor, quien iba a encargarse de su preparación.
… En el estado en que me encuentro, cada vez que leo o veo algo sobre el famoso G.K.C. me siento como si fuera un charlatán monstruoso, con una careta y un disfraz lleno de almohadones. Y me duele, porque aunque las opiniones que expreso son verdaderas, la imagen es completamente irreal si se la compara con la persona real que necesita ayuda, justo ahora.
[…] los comentarios relativos a mi posición religiosa me parecen pura palabrería; es como si se refirieran a otra persona distinta; como así es, efectivamente.
No me preocupa qué es del hombre corpulento y obeso que aparece en las tribunas y en las caricaturas, por más que participe en una polémica del lado que yo juzgo correcto.
Lo que me preocupa es en qué se ha convertido el niño al que su padre mostraba un teatro de juguete; y el adolescente desconocido que iba a la escuela, que rumiaba dudas e inmundicias, y que soñaba despierto, con tanta deliberación y con tanta incongruencia que estaba muy cerca de la hipocresía. Me preocupa el espíritu morboso de la mente solitaria de la persona con la que he vivido.
Esta es la historia que tantas veces ha estado a punto de tener un final desagradable, y que espero que acabe bien…
En su no muy biográfica autobiografía, escrita al final de su vida, el capítulo de su juventud está titulado «De cómo convertirse uno en un lunático»:
Debo tratar ahora con la parte más oscura y difícil de mi cometido; el tiempo de la juventud que está lleno de dudas, morbos y tentaciones; y que (si bien en mi caso de manera subjetiva) ha dejado en mi mente para siempre la certeza de la solidez objetiva del Pecado. […]

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