La señorita Bisturí

Hay cosas (escritos, sobre todo; pero también canciones, películas, autores) que valoro más de lo que esas cosas seguramente merecen. Cosas que (aunque no necesariamente las considere excelentes) me conmueven, me acompañan, han dejado alguna huella en mí y me complace revisitarlas seguido; y que sin embargo, a juzgar por el juicio de los demás, debo suponer que no valen mucho.
Y no hablo del juicio de las mayorías o de los especialistas… hablo de los juicios confiables: el de ciertas gentes y ambientes; o el del tiempo.

Entre esas predilecciones personales incluiría ciertas páginas de los «Pequeños poemas en prosa» de Baudelaire. Ya mencioné uno de ellos.
Pero estos días (tal vez un poco a cuento de un lindo libro sobre casos neurológicos que he estado leyendo; y también por esas cuestiones eugenésicas -aborto y eutanasia- que decíamos ayer) estoy pensando en otro: «La Señorita Bisturí«, uno de los menos recordados. Y queda dicho, probablemente no valga gran cosa, no lo recomiendo. Pero lo traigo por la cuestión que, según creo, Baudelaire ilustra con mucha fuerza, la moraleja (con perdón) que al final queda bastante explícita.

En verdad, el relato resulta algo penoso de leer; y tal vez salga ganando si lo resumo. Ahí va, pues.

El protagonista es abordado en la calle por una prostituta («alta, robusta, ojos muy abiertos…») que, por alguna razón, cree saber que él es un médico; atraído por el misterio y esperando aclararlo, él accede a la invitación. Ella lo atiende con exquisita amabilidad (cigarros, vino, fuego en la chimenea…) en su habitación, que está adornada con cuadros de médicos famosos. Pero es obvio que su cabeza no anda del todo bien. Insiste en suponer que él es médico, y le habla sin parar del Hospital, y del doctor Fulano y Mengano…
El llega a irritarse y a insultarla con brutalidad; pero ella no se inmuta y sigue mostrándole álbumes de fotos de todos los médicos de la ciudad…
– La próxima vez que nos veamos, me darás tu fotografía, ¿verdad, querido?
– Pero —le dije, siguiendo yo con mi propia idea fija— ¿por qué estás tan convencida de que soy médico?
– ¡Es que eres tan gentil y tan bueno con las mujeres!
Una lógica bastante singular, pensé.
Y sigue ella contándole de la ternura que siente por algún estudiante pobre (a ellos se les ofrece gratis) y su temor a humillarlo; «… hasta tengo un antojo, que no me animo a confesarle… me encantaría que viniera a visitarme con su delantal blanco y sus instrumentos… incluso con algunas manchitas de sangre».

Al final, él la interroga directamente sobre su «pasión tan peculiar«, si recuerda cuándo comenzó y por qué…
Difícilmente conseguí que me entendiera, pero al cabo lo logré. Solo que entonces me contestó con aire tristísimo, y, si no recuerdo mal, hasta apartando de mí los ojos:

-No sé…, no me acuerdo…
Y Baudelaire termina con las líneas que van abajo.
Líneas que probablemente no sean más que un desborde sentimental, pretencioso y torpe, un digno cierre de un relato fallido de un libro regular de un escritor francés romántico-maldito, drogadicto, misántropo y malsano.
Y con todo eso, para mí son poco menos que palabras de un Doctor de la Iglesia.

Qué rarezas no encuentra uno en la ciudad, si sabe andar por ella y mirar… La vida está llena de monstruos inocentes.

Señor, Dios mío…! Tú, el Creador; Tú, el Maestro; Tú, que hiciste la Ley y la Libertad; Tú, el Rey que deja hacer; Tú, el Juez que perdona; Tú, que estás lleno de motivos y de causas, y que acaso has puesto en mi espíritu la atracción por el horror para convertir mi corazón, como la salud en la punta de un cuchillo.
¡Señor, ten piedad, ten piedad de los locos y de las locas!
¡Oh, Creador! ¿pueden existir monstruos a los ojos de Aquel Unico que sabe por qué existen, cómo se han hecho y cómo habrían podido no hacerse?

Un comentario sobre “La señorita Bisturí

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