Se trata de vencer nuestra naturaleza, no de forzarla;
es una diferencia fundamental. Si se intenta
forzar la naturaleza, sólo se lograr perder
la naturalidad; y lo que Dios pide a sus
hijos no es que representen todos los días
una comedia ante Su Majestad, sino que le sirvan.
Un buena sirviente está siempre donde debe, y jamás se hace notar.
Lo decía la priora a la monja -postulante- Blanca,
en «Diálogos de carmelitas».Otra cita, de otro personaje femenino -Chantal, de «La joie»:
Yo también puedo estar triste (no afligida,
dolorida o desolada; al fin y al cabo, Nuestra
Señora estaba desolada al pie de la cruz),
triste, con esa tristeza tan fría como el infierno.
Ahora que la he sentido no la olvidaré jamás. Hay un vértigo en la tristeza, un sucio vértigo.
[…]
Tienen suerte los que consiguen amar la tristeza sin ofender a Dios, sin pecar contra la esperanza. Yo no podría.
Y un texto sobre Leon Bloy, un tipo (según palabras de Bernard Halda) «de su sangre, de su raza, de su temperamento»…
Ahora que la he sentido no la olvidaré jamás. Hay un vértigo en la tristeza, un sucio vértigo.
[…]
Tienen suerte los que consiguen amar la tristeza sin ofender a Dios, sin pecar contra la esperanza. Yo no podría.
… con sus cualidades, sus defectos, su orgullo
de niño o de ángel, su divertidos prejuicios,
sus balbuceos que repentinamente estallaban
en una imagen inmensa y como suspendida del cielo.
Nuestro Bloy, nuestro viejo Bloy, que, según la predicción
del buen burgués que fue su padre, lo ha perdido todo;
pero no nos ha perdido a nosotros, sus amigos y, si
no sus discípulos, sus ahijados, en el mismo grado
que Maritain o Van der Meer.
(El padre de Bloy, deísta anticlerical,
desesperaba de su hijo -la literatura
y el catolicismo le inspiraban desprecio-
y le auguraba su perdición; mundanamente hablando, claro. De ahí la alusión de Bernanos).