Compré el otro día, un libro de Agatha Christie,
al azar, entre varios de una mesa de usados.
«Pasajero para Francfort» —según vi después—
es de sus últimos años, y es considerado uno de los más flojos. Y con justicia.
Mala suerte. Es que quería refrescar mis tiempos
preadolescentes: después de Julio Verne, los libros
de Agatha Christie fueron de mis primeros
placeres librescos. Y hoy -aunque desde entonces
la he releído muy poco- me sigue cayendo bien,
a diferencia de tantas otras devociones pasadas.
Una mujer con buen gusto y buen sentido, me parece.
Leo en algún lado una crítica que objeta los estereotipos (victorianos, quizás) de sus novelas. Personajes de ciertas
nacionalidades (o razas o capas sociales) tienden a tener
siempre determinadas disposiciones de carácter o intelecto…
Y esto, ya se sabe, molesta sobremanera a nuestros críticos modernos con ínfulas de maestros sabios (con perdón del estereotipo).
Por mi parte: si los estereotipos (sobre todo cuando no surgen de la observación sino de la pereza mental) pueden molestarme, más me molestan estos críticos, qué quieren que les diga.
Hay un punto en que la guerra al estereotipo no es
más que imbecilidad y desamor.
Habría mucho más que decir sobre esto
—y es una lástima que Chesterton no lo haya hecho… si es que no lo hizo—.
Quizás otro día [*]… quizá partiendo de esto…
Hablando de policías políticamente correctos: me entero ahora de que una de sus novelas más memorables, «Los diez negritos» («Ten little niggers«, de una rima tradicional infantil), tuvo que cambiar de nombre en posteriores reediciones («And then there was none«).
Espero que algún día se haga una antología
de estas tonterías, para diversión (…espero!) de nuestros
nietos.
* Consejos vendo y para mí no tengo:
el blogger que, terminando un post, sienta
que tiene algo más para escribir y que piensa
hacerlo acaso más adelante, hará bien en no
decirlo: esas promesas vagas («más sobre
esto más adelante») están de más y generan fastidio.